El papa Francisco es un Papa excepcional, fuera de serie, impredecible. Su actuación novedosa se está haciendo frecuente. Se ha llegado a hablar de una revolución pacífica, de una nueva primavera en la Iglesia. En efecto, al abrir puertas y ventanas ha entrado aire fresco al Vaticano y a las iglesias particulares. Gran parte de las actuaciones del papa Bergoglio se deben, sin duda, a su raigambre jesuítica, a la espiritualidad de Ignacio de Loyola. El Papa ha abierto caminos nuevos y ha propiciado cambios, pero sin estridencias, como lo hizo Ignacio de Loyola con la vida religiosa de su tiempo.

Es significativo que analistas de los cambios empresariales como John Kimberly, profesor de gestión de Wharton, que no es ni teólogo, ni católico se atrevan a decir que en la Iglesia católica se están cimbrando sus estructuras. Este analista opina, con razón, que el papa Francisco está tratando de reconstruir la “marca” católica, muy golpeada recientemente en algunos aspectos. Él se ha esforzado por reorientar las prioridades de la Iglesia: se enfatiza, como lo propone Ignacio Loyola y Francisco de Asís, la opción preferencial por los pobres, la evangelización de las periferias.

Posee Francisco, más allá del ámbito de la Iglesia, una amplia visión de los problemas del mundo, como lo demuestra la Encíclica sobre ecología Laudato si', que también tiene importantes repercusiones en la vida concreta de los creyentes: evitar el consumismo.

La enseñanza de esta encíclica, así como su firme posición a favor de la emigración, pueden desencadenar cambios de gran escala a nivel mundial. Su liderazgo fuera de la Iglesia ha influido en la política (relaciones Estados Unidos-Cuba), en el diálogo interreligioso y en la autocrítica de los defectos y vicios de la Iglesia católica. A los obispos les ha dicho que deben ser cercanos, sencillos, austeros y misericordiosos, que tengan un corazón universal. Esto supone pastorear, “oler a oveja”, guiar, acompañar y amar apasionadamente al pueblo que se les ha confiado.

Una cosa fascinante del papa Bergoglio es la coherencia entre su mensaje y su vida: denuncia la codicia y la idolatría de las riquezas, y da un gran ejemplo con su vida sencilla y austera.

El papa Francisco utiliza algunas frases sencillas que revelan sus motivaciones profundas. Cuando no encuentra la palabra adecuada la inventa. Utiliza el término “autorreferencial” para criticar a la Iglesia que se mira el ombligo, se centra en intrigas internas y competencias vanas, en vez de abrirse al mundo exterior, a la periferia de las ciudades, a los más pobres. A los ex alumnos de las escuelas jesuíticas les dijo que al estudiar con los jesuitas no pueden centrarse en su mundo. A este respecto Ignacio de Loyola decía a sus compañeros que debían ir a donde hay más necesidad y a donde otros no quieren ir.

Otra frase que repite mucho el Papa es “recen por mí”. Él está convencido del poder de la oración y de sus limitaciones para lograr la unión con Dios. Sin el conocimiento interno de Jesucristo, como dice Ignacio de Loyola, no existe verdadero fervor apostólico, si no se pone el corazón y el fuego del espíritu en lo que se hace. En todo procurar el “magis”, la superación, como se pide en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales.

Otro neologismo en que insiste Francisco es “déjate misericordiar”, ábrete al perdón y a la ternura misericordiosa de Dios. Esta ternura y vigor lo vive Francisco y lo recomienda de modo especial a las familias: “El perdón es vital para nuestra salud emocional y sobrevivencia espiritual… Sin el perdón la familia se enferma. El perdón es la esterilización del alma, la limpieza de la mente y la liberación del corazón”. El no saber perdonar “es autodestructivo, antropofagia”, en cambio, “el perdón trae alegría donde un dolor produjo tristeza”.

Profesor emérito de la Universidad Iberoamericana

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