La semana pasada hable en este espacio sobre un artículo de Macario Schettino, según el cual, si los mexicanos queremos seguir juntos, tenemos que construir una nueva narrativa sobre nuestro pasado. Dije entonces porqué no creo que esa sea la solución. Hoy quiero decir por qué tampoco estoy de acuerdo con su premisa de partida, según la cual los mexicanos queremos seguir juntos.

¿De dónde supone que eso queremos? Por supuesto, es imposible saber la respuesta a esta interrogante, pues aún si se la pudiéramos preguntar a cada uno de los mexicanos, no por eso sabríamos la verdad. Hasta en las encuestas de intención de voto no acostumbramos a decirla.

Entonces habría que buscar por otro lado. Pero ¿por cuál?

Según el sociólogo Wright Mills, la naturaleza humana se revela en los comportamientos que observamos en la sociedad. Entonces, podríamos proceder por este camino.

Y lo que vemos es que:

a. La clase política, como afirma Jorge Zepeda Pattterson, no obedece a otra cosa que su prisa por aprovechar la oportunidad de enriquecerse. No hay convicciones ni perpectiva histórica ni plataforma ideológica, es el aprovechamiento personal puro y llano.

b. Los ciudadanos no se interesan en nada que no sean ellos mismos y no hay nada más importante que yo y mis necesidades. Prefieren atropellar a un policía que los quiere infraccionar, porque les parece menos importante lastimar a un ser humano que no poder usar el auto en un día en que no circula. O cerrar una carretera y tener a miles de personas sin poder llegar a su destino.

c. La literatura que, si le creemos a Mary Douglas, “toma sus características de la realidad cotidiana”, se ha vuelto el espacio del yoismo absoluto: escritores obsesionados consigo mismos, a quienes lo único que les interesa es ese “gran tema” que es su propia persona, como dice Nicolás Alvarado.

Véase por ejemplo el editorial del número de mayo de la Revista de la Universidad de México, el primero que dirige una escritora joven recientemente nombrada para ello: su manera de comenzar un encargo tan significativo (¡dirigir la revista de la universidad pública más importante del país!) consiste en hablar de sí misma y no de lo que esta publicación ha sido y ha significado, ni de cuál es su proyecto para que siga teniendo esa importancia. Y lo mismo se puede ver en otros textos, por ejemplo el de un autor que para hablar de Juan Rulfo cuenta su propia vida y milagros, como en aquella historia de cuando Stalin abrió un concurso para ver quién hacía la mejor estatua del escritor Pushkin y el ganador fue el que presentó a Stalin leyendo un libro de Pushkin.

Tenemos pues, una sociedad en las que algunos se roban sin empacho el dinero destinado a la salud, educación o servicios para muchos, otros atropellan a quienes no les permiten hacer lo que a ellos les parece importante, unos más convierten los espacios públicos de expresión en pretextos para hablar de sí mismos, entre otras muchas modalidades del “sólo importo yo” que vemos cotidianamente.

Schettino escribe: “Si nada nos une, no hay razón para preocuparse por los demás”. Yo creo que es al revés: como no nos preocupan los demás y no significan nada para nosotros, es evidente que nada nos une.

Esto por supuesto no nos gusta reconocerlo, pero es la realidad. Y sólo si la asumimos podremos empezar a actuar en consecuencia.

¿Qué quiere decir esto?

Ante todo, dejar de pensar que “yo soy diferente” y que “allá están los egoístas y acá estamos los que no lo somos”. Hace poco el filósofo español Fernando Savater escribió, a propósito de las elecciones en Francia, que el triunfo de Macron no significa que no estén en esa sociedad los otros, esos que hubieran preferido la opción de extrema derecha.

Tiene razón. En nuestra sociedad están también aquellos que sólo piensan en sí mismos. Y lo malo es que son muchísimos.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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