Según el diario La Jornada, en su informe de labores correspondiente a 2016, presentado hace algunas semanas ante el Primer Mandatario y funcionarios, el presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos exigió rectitud moral y un cambio ético en el país.

Lo que yo encontré textual en dicho informe dice: “Que se fortalezca una cultura de convivencia sustentada en el respeto a la dignidad de las personas”.

En todo caso, cualquiera que haya sido lo dicho, tiene razón el ómbudsman, urge esa cultura de convivencia, esa rectitud moral, esa ética. Estoy de acuerdo. Por eso yo también lo exijo. Y seguramente usted también lo exige, él también lo exige, muchos lo exigen.

Bueno. Ya estuvo, ya lo exigimos. Listo. Nos aplaudimos y nos felicitamos, porque dijimos lo que hay que decir.

Pero ahora, ¿cómo se logra ésto?

Eso no lo dice Luis Raúl González Pérez, siendo que precisamente necesitamos saber qué hacer para salir del hoyo de violencia, corrupción, impunidad e ineficacia en la procuración de justicia.

Que no se me entienda mal. La existencia misma de esta Comisión es un avance importantísimo y el informe de su presidente muestra un trabajo intenso y activo para reparar el daño: emitir recomendaciones y darles seguimiento, apoyar a las víctimas y a sus parientes. Además hace campañas para concientizar a la ciudadanía y organiza foros para debatir. Sin duda todo esto es fundamental y muy necesario. Pero… faltan las propuestas concretas para prevenir.

O mejor dicho, sí las hay, pero algunas requieren de un plazo demasiado largo para funcionar (como educación) y otras no bastan para cumplir el cometido (hacer leyes que pocos respetan, y capacitar a los servidores públicos).

El país tiene una realidad, una historia y una cultura que han hecho que su sociedad y su gobierno sean y funcionen de cierta manera, lo que no se puede cambiar por decreto, y menos cuando quienes cometen las violaciones a los derechos humanos y quienes delinquen no quieren que esto se modifique, porque les beneficia.

Entonces, con perdón, pero, ¿a quién le exige el ómbudsman?

Llevamos mucho tiempo diciendo lo que se debe hacer, a dónde se debe llegar, cómo se debería vivir, el país que nos gustaría. Pero no tenemos ni idea de cómo lograrlo y, como diría Wolfgang Iser, ni siquiera sabemos cómo saberlo.

Por lo pronto, lo que tenemos son propuestas imposibles. Edgardo Buscaglia, considerado el gran experto en este tema, escribe: “Se requiere el cambio de todo el sistema, no sólo de una parte”, lo cual exige “un rediseño de fondo de la acción pública”, “un cambio en el modelo social” y “un verdadero pacto político”.

Pues sí, pero, ¿cuándo va a suceder que se puedan modificar todas las estructuras y todo el sistema funcional del gobierno y de la sociedad?

Y tenemos, de parte de nuestros gobernantes, promesas abstractas hechas con palabras altisonantes: “No permitiremos que tal cosa suceda”, “Llegaremos hasta el fondo de esto”, “Hemos abierto una carpeta de investigación”. Pero, ¡ay!, como escribe Oscar Martínez: “Si salieran de sus conferencias, si dejaran de asentir cuando dicen que creen algo para luego no hacer nada. Si dejaran de mentir”.

Y por parte de varias organizaciones sociales, la propuesta es regresar al Ejército a sus cuarteles, sin considerar lo terrible que puede ser para la población.

Estamos en el terreno de los buenos deseos, no de la realidad. La realidad sólo se podrá cambiar si se entiende que existe una cultura, es decir, un modo de ser, pensar y actuar en nuestra sociedad, que ha llevado a las cosas hasta acá. Hay que buscar las soluciones a partir de esa cultura y no de nuestros deseos ilustrados.

Mientras esto no se haga, seguiremos así por mucho tiempo más: exigiendo (¿a quién) moral, ética, respeto a la vida y a los derechos de los seres sintientes, pero, al mismo tiempo, viviendo en la violencia y la corrupción.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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