El próximo sábado se cumplen cien años desde aquel primero de octubre de 1916, cuando nació EL UNIVERSAL, bajo el lema “Diario Político de la Mañana”.

Su fundador fue el ingeniero Félix Fulgencio Palavicini, importante personaje de la era revolucionaria, diputado al Congreso Constituyente de Querétaro, y a quien Venustiano Carranza encargó reabrir la Universidad Nacional que había sido fundada en 1910 por Justo Sierra.

Todo empezó en la esquina de lo que hoy son las calles de Madero y Motolinía, en el edificio Gambrinus, en el centro de la capital, donde se ubicaron la primera redacción y los talleres, provistos de una rotativa Goss en la que se había impreso el diario El País a principios de siglo, y también la primera Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

En 1923, el fundador dejó el diario y Miguel Lanz Duret asumió como gerente y José Gómez Ugarte como director. A la muerte del primero en 1940, la Presidencia y Dirección General pasó a su hijo Miguel Lanz Duret Jr.

Conflictos laborales y dificultades económicas estuvieron a punto de llevar al diario a la quiebra, pero fue rescatado por el señor Francisco Ealy Ortiz, quien lo convirtió no solamente en una empresa viable, sino en el diario más importante de México y uno de los más importantes del mundo.

Decir esto no es una frase al aire. Es una realidad de la que puedo dar fe por lo que el diario ha significado en mi historia personal, la cual seguramente es muy parecida a la que podrían relatar miles de conciudadanos.

En mi caso, la relación con el periódico comienza mucho antes de mi nacimiento, pues cuando mi abuelo inmigrante llega a México, en los años veinte del siglo pasado, empezó a leer EL UNIVERSAL para enterarse sobre el país en el que había decidido vivir. Y se volvió su lector más fiel porque en sus páginas encontró lo que buscaba. Aún recuerdo cuando contaba su lectura de las memorias de varios generales revolucionarios y del serial de Martín Luis Guzmán La sombra del caudillo, que le permitieron darse idea de lo que había sido la Revolución que recién terminaba y vislumbrar la nación que se empezaba a construir.

Mis padres siguieron con la costumbre de leer EL UNIVERSAL. Pero ellos, además de quererse informar sobre su país, buscaban también enterarse de lo que sucedía en el resto del mundo. Y el diario les cumplió: en sus páginas supieron de la anexión de Austria por los nazis y de la Segunda Guerra Mundial, con una cobertura que ningún otro diario tuvo.

Debo mencionar al Aviso Oportuno, porque fue fundamental para comprar y vender lo que necesitaban, conseguir local o departamento en renta, buscar personal y ofrecer sus propios productos. El primer auto que tuvimos se adquirió y unos años después se vendió a través de ese medio.

Por mi parte, lo mismo que mi familia, mantuve la lealtad al diario, con todo y que surgieron otros periódicos. La razón de ello fue, como decía mi padre, no solamente que sus coberturas de los hechos eran buenas (por ejemplo el 68 y más recientemente la fuga del Chapo y el caso Ayotzinapa), sino porque siempre conservó y llevó a la práctica la idea original de su fundador de no ser ni gobiernista ni de oposición, como se estilaba, sino que se propuso la objetividad. Eso lo ha llevado a ser el único diario verdaderamente plural, en el que se encuentran distintos modos de pensamiento y diferentes opiniones ya que no está casado con una ideología determinada.

Desde hace casi un cuarto de siglo, además de leerlo, escribo en su página de Opinión. Cuando empecé a hacerlo, México era otro y no se acostumbraba la crítica, sobre todo hacia ciertos temas y personajes, a pesar de lo cual, siempre pude decir lo que quise. Esta libertad sigue vigente hoy y le agradezco a EL UNIVERSAL no solamente darme la oportunidad de expresar mis opiniones, sino de hacerlo sin ninguna restricción ni censura.

Escritora e investigadora en la
UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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