Hace dos semanas escribí en este espacio que los precios bajos del petróleo sin duda beneficiarían a los norteamericanos y otros países que compran petróleo y derivados, aunque a los países productores les afectaría mucho, sobre todo a aquellos cuya economía se sustenta primordialmente en ese producto.

El argumento para pensar así se basa en la manera clásica de entender el asunto, según la cual el aumento en los precios del petróleo genera crisis en la economía, mientras que su disminución le permite crecer. Y es que los precios bajos de crudo abaratan la gasolina, lo cual es bueno para los consumidores y con ello, para toda la cadena económica, pues si le creemos a economistas de la talla de Jeffrey Sachs, nada le puede mover más el tapete a la economía que el hecho de que la gente deje de gastar y Robert J. Samuelson va todavía más lejos al decir que los consumidores deben seguir comprando si se quiere evitar el colapso total de la misma.

Este tipo de argumento sigue en pie hoy. Hace unos días un analista de JP Morgan afirmó que precios más bajos permitirían crecer a las economías y uno español dijo que esto es positivo para el PIB.

Sin embargo parece que en esta ocasión, las cosas no son así y que el petróleo barato no está siendo bueno para la economía de nadie. La razón de esto es que la caída de los precios, sea porque se ha prolongado demasiado o porque ha sido muy brutal, está afectando seriamente a las empresas productoras cuyas pérdidas ya son enormes: han perdido valor en las bolsas, han tenido que cortar personal y costos, han dejado de invertir e incluso están desinvirtiendo, es decir, vendiendo. Esto por cierto, nos afecta mucho en México porque si deja de ser rentable invertir en exploración o producción, pues no lo harán a pesar de la reforma que se hizo.

Y lo grave es que esta situación no sólo les afecta a las petroleras, porque como afirma Andrew T. Levin, los mercados financieros y la economía tienen fuerte relación entre sí, por lo cual la economía real se ve afectada al punto que según este señor, “existe la seria posibilidad de que entremos en otra recesión económica”.

Y aunque nuestro Agustín Carstens diga que eso no va a pasar, como siempre dice, debe ser cierto, porque la revista The Economist, analizando el caso de Arabia Saudita, país productor al que la baja de precios empezó beneficiando, afirma que ahora ya le está afectando mucho por la merma considerable en sus ingresos. Ni qué decir de otros como Venezuela y Rusia.

La lección de esto es que la única certeza en la economía es que siempre es impredecible. Recordemos cuando Alan Greenspan, considerado por muchos como infalible, subestimó la inestabilidad de los mercados y se mantuvo en su oposición a que el gobierno de Estados Unidos regulara y cuando Ben Bernake eligió el camino monetarista y le dijo al Congreso de EU que “parece posible contener el impacto de la crisis”.

Louis Menand lo explica así: los fenómenos complejos tienen demasiadas variables que les afectan, ya que cada uno de los elementos que intervienen en ellos tiene un desarrollo o evolución propios que altera al conjunto, tal que es imposible seguir todos sus condicionamientos.

Aceptar esta afirmación que parece tan lógica es sin embargo difícil, porque la cultura de hoy asegura que todo es conocible y hay que tener fe ciega en la ciencia. Pero ya se ve que no es así y que como afirma Edgar Morin, hay un “entramado infinito de inter-retroacciones”.

Por eso es interesante que Paul Krugman diga que en un sistema global, los países no pueden sólo trabajar para sí mismos, sino que deben emprender medidas en conjunto con los otros países del mundo porque mutuamente se benefician y porque salvar a los que la tienen difícil, es parte de la solución de la crisis. Ojalá así lo entendieran quienes han llevado las cosas hasta acá.

Escritora e investigadora en la UNAM
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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