Cuando en los años 70 la diplomacia mexicana realizó un esfuerzo considerable por abrir nuestras relaciones a todas las regiones e incorporarnos a organizaciones internacionales, formales e informales, con las que pudiéramos promover nuestros intereses, se suscitaron dudas y temores motivados por nuestra proximidad con Estados Unidos. La posición correcta apuntaba a redefinir nuestra política exterior como un conjunto de acciones bilaterales y multilaterales, regionales y globales, políticas, económicas y culturales orientadas a compensar la enorme gravitación del vecino del norte en nuestra realidad nacional.

Desde la fundación del G-77, México fue Estado miembro y desempeñó dos veces su presidencia: en 1973, con Alfonso García Robles y, 10 años después, con quien esto escribe. El grupo había logrado coordinar las posiciones en la agenda económica internacional de los países de África, América Latina y Asia. Gracias a ello fue posible el lanzamiento del nuevo orden económico mundial, cuyos principios no han sido hasta ahora válidamente refutados.

En aquel horizonte algunos planteamos el regreso de México al Consejo de Seguridad, del que nos habíamos ausentado durante 34 años; también a la OPEP, si decidíamos ser exportadores netos de hidrocarburos e, inclusive, al GATT que ya perfilaba su transformación en la Organización Mundial de Comercio. Sugerimos un acercamiento sustantivo con el Movimiento No Alineado, sobre todo después del Tratado de Tlatelolco.

No estaba en nuestra mira el ingreso a la OCDE, creada a resultas del Plan Marshall para promover la reconstrucción de Europa y que después fue vista en la ONU como el “club de los ricos”. Con independencia de las virtudes que tenga esa organización, la decisión mexicana de ingresar en 1994 obedeció a la insensata pretensión de transformarnos, por la vía del neoliberalismo, en un país del “primer mundo”. Por añadidura, abandonamos el G-77 y desertamos de nuestra posición de dirigentes en el “tercer mundo”, lo que no era necesario, como lo demostró luego Chile. Estábamos optando por convertirnos en cola de felino, en vez de cabeza de roedor.

Ocurre que la membresía en la OCDE se ha convertido en una suerte de espejo invertido. Nos ha proporcionadoun reflejo de nuestra condición diametralmente opuesto al que pregona la clase dirigente. Ha reprobado el pésimo desempeño de nuestro país en renglones fundamentales como crecimiento económico, educación, corrupción, pobreza, transparencia, desigualdad y abatimiento de los salarios. Calificaciones que son, paradójicamente, consecuencia de las políticas que motivaron nuestro ingreso a esa organización.

En el “Diagnóstico de desarrollo territorial de México”, la OCDE señaló que en el periodo de vigencia del TLCAN los niveles de pobreza no han cambiado por la ínfima tasa de crecimiento y a la desigual distribución de ingresos. Incluso, las personas en pobreza aumentaron en 2 millones entre 2012 y 2014, de las cuales 62% están en zonas urbanas. Concluye: “México es el único país latinoamericano que registra una tendencia regresiva en la reducción de la pobreza”. En cambio, si en 1996 las fortunas de los 15 hombres más ricos de México eran de 26 mil millones de dólares, el año pasado sumaron 143 mil mdd: 12.5% del PIB nacional. Mientras que uno de cada cinco mexicanos sufre hambre, uno de cada dos vive en la pobreza, la clase media desaparece y los poderes económicos y gobernantes no se preocupan de la tragedia que encarna la fractura del tejido social.

A propósito, el G-77, en el marco de su 51 aniversario, proclamó que “el paradigma económico impuesto por los capitales trasnacionales es intrínsecamente depredador de la sociedad y del entorno ecológico”. “Se funda en el saqueo de los recursos naturales de la periferia, a fin de generar una cantidad creciente de productos desechables para los consumidores del mundo desarrollado”. “Incrementa sin medida el consumo energético y devalúa en forma permanente el costo de la mano de obra”. “Tal receta no sólo conduce estallidos sociales sino a desastres ambientales”. Concluye que es imperativo encontrar vías distintas para alentar el crecimiento sin destruir el planeta ni condenar a las poblaciones a la miseria.

 Comisionado para la reforma política del DF

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