Este domingo Felipe Calderón consideró que el cartón publicado por Paco Calderón —que no es su pariente— en el periódico Reforma era sencillamente “extraordinario”. La viñeta —a mi juicio— en realidad es terrible. Y, por lo mismo —de nuevo a mi entender—, la valoración del ex presidente es perturbadora por elocuente.

A partir de la pregunta, “que qué opino de la crisis de derechos humanos en México”, el caricaturista recrea todas las críticas y distorsiones que el pensamiento autoritario endilga a los derechos humanos. El núcleo de su argumento es que esos derechos sólo sirven para proteger a quienes “bloquean calles, grafitean paredes, saquean tienditas, secuestran camiones, incendian oficinas o trasquilan prójimos”. En su opinión, los promotores de los derechos humanos somos personas histéricas que, al presionar y amedrentar a las autoridades, protegemos a la delincuencia, menospreciando a los policías y a los militares. Calderón —el ex presidente— festina y, al hacerlo, suscribe todo esto.

Es horrible lo que ha sucedido en el país desde que se declaró aquella guerra contra el crimen organizado. Ya lo sabemos: las muertes y desapariciones se cuentan por millares. Y lo peor es que, poco a poco, la sociedad se ha vuelto indolente ante la violencia que la azota. ¿Cómo fue que nos acostumbramos al descubrimiento cotidiano de siniestras fosas que contienen cuerpos mutilados? Esas personas fueron víctimas de una cultura en la que los derechos humanos brillan por su ausencia. No importa quién las haya asesinado; lo que cuenta —cuando pensamos en el sustrato social en el que esto ha sido posible— es que sus verdugos los privaron de la libertad, magullaron su integridad física, pisotearon su dignidad y, finalmente acabaron con su vida. O sea, violaron sus derechos humanos más básicos.

El aplauso de Calderón a la viñeta de Calderón sucedió un par de días después de que la CNDH hiciera pública su recomendación sobre los hechos acaecidos en Tanhuato. Lo que ocurrió en el Rancho Sol, según este organismo no jurisdiccional de garantía, fueron precisamente violaciones graves de los derechos humanos. Veinticuatro homicidios —denominados, siguiendo al Derecho Internacional, ejecuciones arbitrarias— torturas y vejaciones horrendas. El texto de la recomendación es público. Así que quién tenga dudas sobre sus méritos y rigores puede —y yo diría que tiene la obligación civil— de conocerlo. Lo mismo vale para quienes ignoran o desprecian la grave crisis de derechos humanos que aqueja a nuestro país. Si quieren seguirlo haciendo al menos que sepan —y asuman— de qué va lo que desdeñan.

En lo personal celebro y agradezco que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos haya realizado una investigación exhaustiva y, sobre todo, que su presidente haya asumido con valor la responsabilidad de publicarla. Supongo que sus recomendaciones habrán generado molestia en el gobierno —que aceptó la recomendación pero rechazó sus conclusiones— y también provocado incomodidad en quienes comparten las tesis de los señores Calderón. No podría ser de otra manera. El papel institucional de la CNDH consiste, precisamente, en denunciar lo que las autoridades —en este caso policiacas— quieren ocultar y en desafiar al pensamiento reaccionario.

En un contexto de crisis de legitimidad institucional como el que vivimos, decisiones como la que ha adoptado la CNDH merecen reconocimiento y acompañamiento ciudadanos. Pero, para que ello sea posible, es indispensable recuperar, explicar y reivindicar la importancia de los derechos humanos porque, si lo que se impone es la falacia calderonista, el aplauso será para los excesos de Tanhuato. Creo que en el fondo libramos una disputa cultural de la que puede depender la existencia de la democracia mexicana. La razón la explicó Bobbio hace un par de décadas: derechos humanos, democracia y paz son “tres eslabones del mismo movimiento histórico”. Y, si quitamos uno, no hay cadena.

Director del IIJ-UNAM

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