¿Es posible fortalecer nuestra democracia a pedradas? El pasado mes de septiembre, con motivo de la Semana Nacional de Transparencia, el presidente Enrique Peña Nieto comentó que “el tema de la corrupción, lo está en todos los órdenes de la sociedad y en todos los ámbitos. No hay alguien que pueda atreverse a arrojar la primera piedra”.

La corrupción siempre acechante, nos agrede, surge sin ruido y a veces sin freno; un freno que a veces es débil y a veces tardío. La transparencia del quehacer público de México permite que la luz de la verdad exhiba y reduzca los hechos inmorales e ilegales que corroen las entrañas de los ámbitos públicos y privados del país. Con cada acusación, con cada denuncia sin proceso o con cada consignación sin condena, se dejan cabos sueltos que la sociedad no olvida, y que reclama con razón su correcta solución. Son pedradas que gradualmente van minando y destruyendo la confianza, la credibilidad, la certidumbre jurídica y la preeminencia de las instituciones que tanto trabajo ha constado edificar.

La corrupción, dijo Carlos Fuentes, “ya no es monopolio de ningún partido”. La serie de escándalos, acusaciones que unos políticos lanzan sobre otros son pajas en ojos ajenos que parecen no tener fin. Unos intentan demostrar que quieren depurar lo que otros han empañado, sin ver que en sus pasos hay sombras de sospecha de actos semejantes, y la sociedad irritada intuye que detrás de una posible búsqueda de justicia está oculta una implacable sed de venganza. En este proceso todos pierden, hasta los que de manera indebida creen haber ganado.

La vida pública y privada de nuestro país se seguirá desmoronando con cada piedra de mugre que derrumbe el valor de las instituciones, la credibilidad pública y la confianza de los ciudadanos entre sí, hasta que sólo queden los espacios para las voces redentoras; mientras que la sociedad indignada, como vía de escape de su inconformidad recurre al rumor o al humor.

Creo que sí podemos y debemos atrevernos a lanzar la siguiente piedra, pero una piedra diferente, que en lugar de destruir, construya. Una piedra de virtud, de corresponsabilidad entre gobierno y sociedad para sentar bases más profundas de ética y honradez en todos los órdenes. Necesitamos nutrir una cultura de la verdad como cimiento de un modelo de convivencia libre de obstáculos intencionales. Una piedra de probidad donde la justicia sea implacable tanto con el corruptor como con el corrupto.

La justicia es la más alta expresión del Estado para que la sociedad conviva en paz, armonía y respeto recíproco. Por ello es fundamental que la impartición de justicia plena sea un ejemplo amplio para que la sociedad en su conjunto reconozca que no hay excepciones ni impunidad. En este proceso es ineludible reconocer que las nuevas generaciones aspiran a vivir en un país libre de los vicios que a lo largo de muchos años se han enquistado en la vida cotidiana de la nación.

Con esas piedras trascendentes y valiosas, como con las que nuestros antepasados edificaron las culturas del esplendor mesoamericano, es con las que hoy requerimos rescatar esa honestidad pública que siempre ha sido nuestra. Cada ciudadano puede contribuir con su compromiso a propagar estas piedras preciosas de virtud y de valor cívico; es el mejor legado que debemos dejar a nuestros hijos, para que cambie el país para bien y para siempre.

Rúbrica. Tehuacán sin gas, pero con buena pluma. En mi libro Si el águila hablara expliqué que el poder de un ex presidente a partir del séptimo año es como un “Tehuacán sin gas”. Al conocer la publicación del libro Muros, puentes y litorales, relación entre México, Cuba y Estados Unidos, constaté que cuando se pasa por Los Pinos con los ojos abiertos quedan abiertas también las buenas ideas.

Político, escritor y periodista.
@AlemanVelascoM
articulo@alemanvelasco.org

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