Se podría decir que la cualidad y el tamaño real de un ataque terrorista no están determinados por el número de personas que atacan, por las armas empleadas, por la sofisticación de sus métodos, o por el número de (siempre lamentables) víctimas o daños materiales que ocasiona, sino por los móviles, por el impacto psicológico que produce, el monto de cobertura mediática que recibe, la cantidad de veces que los sucesos son reproducidos y retransmitidos en redes sociales y, por ende, el volumen del pánico esparcido. Esto se debe a las características esenciales de esa clase de violencia, en la cual, las muertes de civiles o personal no-combatiente, son solo el medio para generar terror y así, abrir una vía, un canal para transmitir reivindicaciones, mensajes, alterar conductas, opiniones, actitudes, para producir efectos políticos. Hace solo unos días, por ejemplo, publicaba yo en estas mismas páginas un análisis sobre los atentados en Siria y en Irak, 49 ataques que dejaron cientos de víctimas solo en los meses de enero y febrero de este año. Por supuesto que esos ataques también generan enormes efectos psicosociales, pero éstos se producen mucho más a nivel local. Cuando, en cambio, el atentado ocurre en una capital europea como Londres, en la sede del Parlamento de esa capital, justo a un año de otro acto terrorista ocurrido en otra capital europea, ese solo atentado atrae de inmediato el foco de los medios de comunicación de todo el planeta, y consigue capturar las conversaciones en redes sociales de una manera mucho más masiva. Por lo tanto, se convierte en un atentado sumamente eficaz en términos del propósito de quien ataca. Esta eficacia incentiva ataques similares que se mantienen contribuyendo al entorno de psicosis que se vive.

Es decir, si totalizamos el número de muertes por asesinatos de diversa índole, el terrorismo representa únicamente el 7% de esas muertes (GTI, 2016). Adicionalmente, de todas las muertes por terrorismo, menos del 2% ocurre en países miembros de le OCDE. Y, sin embargo, los atentados que suceden en sitios como París, Bruselas, Berlín o Londres colocan al planeta en vilo, elevan las alertas y focos rojos, impactan en medidas de seguridad que afectan a viajeros, elevan temas en las agendas, afectan intenciones de voto y fortalecen el apoyo hacia políticas extremas. Además, la gente aprecia mucho menos el número absoluto de atentados, y mucho más su incremento relativo. En su último reporte, el Índice Global de Terrorismo detectó que en países europeos el terrorismo creció 650% solo en un año. Así que lo que se conjuga en Londres ayer es el efecto noticioso con ese efecto incremental.

Hasta el momento de este escrito, no sabemos si en dicho ataque operó uno o varios atacantes, ni conocemos su identidad, sus motivaciones o los posibles vínculos entre ese(os) atacante(s) con alguna organización. Lo que sí sabemos es que 70% de muertes por terrorismo en Occidente son producto de ataques perpetrados por “lobos” solitarios. También hemos expuesto en estas páginas el modus operandi de atentados recientes como el de Niza (que se asemeja al actual) en el que un camión arrolló a decenas de personas, el cual se pensaba que había sido perpetrado por un “lobo” solitario, pero que fue planeado, monitoreado y dirigido a distancia por una unidad especializada de ISIS que recluta virtualmente a sus atacantes. Esto, no obstante, no se supo sino hasta varias semanas después del atentado. Así que para poder determinar con precisión la naturaleza de los actos de Londres habrá que esperar.

Mientras tanto, lo que podemos afirmar como contexto es lo siguiente: (a) El terrorismo es un fenómeno que ha tenido importantes incrementos en los últimos años; (b) Se trata de un fenómeno global distribuido de manera altamente desigual, pero que, aún dentro de esa desigualdad, ha tenido un dramático crecimiento en países occidentales; (c) La gran mayoría de atentados en Occidente es perpetrada por “lobos” solitarios, pero hay un importante número de células durmientes que se han alojado en sitios como Europa desde hace tiempo, además de que algunos atentados son perpetrados bajo una planeación y monitoreo a distancia; (d) La mayor parte de ataques recientes presenta un grado relativamente bajo de sofisticación, buscando objetivos blandos, empleando cuchillos, coches, camiones o armas cortas para atacar. En otras palabras, mientras los móviles para cometer atentados existan, estos ataques serán cometidos, a pesar de las leyes o políticas anti-inmigratorias, o a pesar de medidas como el incremento a las restricciones a viajeros. Por consiguiente, se requiere estrategias que combatan las causas raíz del terrorismo.

Dentro de esas causas, es necesario entender mejor cómo operan dos de las mayores fuentes de atentados durante los últimos años: ISIS y Al Qaeda. Solo estas dos organizaciones son responsables de 50% de atentados en el mundo. Es significativo que los actos de Londres ocurren justamente ante el inicio de la cumbre convocada por Washington para delinear las estrategias de combate contra ISIS. Sin embargo, hasta ahora no se alcanza a vislumbrar una mayor claridad en cuanto a las ideas para lidiar con esas agrupaciones. Primero, porque la investigación demuestra que lamentablemente, las estrategias militares que se han empleado para mermarlas desde la era Bush solo han sido eficaces para desmantelar bases y alterar las formas de operar de estas organizaciones, sin combatir su dispersión, sus metástasis, sus transformaciones y sus nuevos métodos de ataque. Segundo, porque lo que esa investigación sí demuestra es que el conflicto y la inestabilidad son los mayores nutrientes de esos grupos extremistas, los cuales, mediante herramientas de comunicación bien diseñadas e implementadas, consiguen atraer, reclutar y/o inspirar a atacantes de todas partes del planeta. Solo ISIS cuenta hoy con actividad en 28 países diferentes. Esto sin mencionar que esa organización es una escisión de Al Qaeda, una red a la que se ha intentado eliminar desde hace décadas, pero que hoy muestra signos de renovada energía.

De manera tal que las medidas de seguridad e inteligencia son necesarias. También lo es una colaboración más efectiva entre diversos países para poder desactivar atentados, desmantelar células y redes. Pero en el fondo, mientras países como Irak, Siria, Afganistán, Pakistán, Nigeria, Yemen o Libia, solo por mencionar algunos, sigan experimentando conflictos, guerras o inestabilidad, y en la medida en que esa inestabilidad encuentre vías para expandirse y conectarse –ya sea material, psicológica, simbólica o políticamente- con condiciones como lo son la exclusión y marginación en la que una parte de las sociedades europeas se autopercibe, en esa medida, los motores globales del terrorismo seguirán encendidos a marchas aceleradas.

Analista internacional

Twitter: @maurimm

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