Era 21 de noviembre. Los atentados de París habían ocurrido apenas días atrás. Las autoridades belgas elevaban la alerta terrorista en Bruselas a su nivel más alto. El primer ministro belga, Charles Michel, decía que se temía un atentado con armas y explosivos. Ya para entonces, la conexión jihadista entre Bruselas y París era evidente. El metro de Bruselas cerraba sus puertas. Se aconsejaba a la ciudadanía evitar centros comerciales, salas de conciertos o aglomeraciones.

La redada en busca de potenciales terroristas continuaría por varios días en que dieciséis sospechosos fueron arrestados en la capital, y otros diecinueve en los alrededores de Bruselas.

Se había evitado la amenaza inmediata, pero dos sujetos de los más buscados: el atacante de París que había sobrevivido, Salah Abdeslam, y su amigo Najim Laachraoui -el peligroso fabricante de bombas- seguían libres. Pasaron varias semanas. La inteligencia belga se mantuvo haciendo lo mismo: buscando potenciales terroristas, arrestando sospechosos y desactivando amenazas. El 15 de marzo de este año, una gran operación tuvo lugar en los suburbios de la capital, la cual incluyó helicópteros y decenas de efectivos. Hubo disparos. Tres policías belgas fueron heridos. Dos sospechosos huyeron utilizando los techos de las casas. El 18 de marzo, finalmente, Abdeslam era capturado. Con esa aprehensión, se pensó, se podría entender mejor el vínculo entre las células jihadistas en Bélgica y Francia.

Pero la captura precipitó otra serie de eventos. Otros compañeros de Abdeslam, incluido Laachraoui, sintieron que esta vez, las autoridades belgas estaban demasiado cerca, de modo que era ahora o nunca. Adelantaron sus planes, armaron lo que pudieron armar, y cuatro días después, perpetraron los atentados en Bruselas. Los ataques fueron menos mortíferos de lo que ellos esperaban, pero al final, eso no era lo importante porque los efectos psicológicos, simbólicos y políticos de su ataque habían sido exitosamente detonados. La inteligencia belga había fallado en detenerlos.

Mucho se ha hablado acerca de los incontables errores que cometieron las autoridades belgas. Podríamos ir al detalle de estas fallas (NYT, 2015): La primera fue su tardanza en capturar a Abdeslam, y su incapacidad para aprehender a Laachraoui, el ensamblador de explosivos, pieza clave tanto en París como en Bruselas. Catorce de los individuos conectados a ambos ataques eran belgas o vivían en Bélgica. Muchos se juntaban en el barrio de Molenbeek, famoso entre analistas de seguridad y agencias de inteligencia, por albergar a presuntos jihadistas.

Muchos de quienes participaron en ambos ataques tenían antecedentes criminales. Algunos habían pasado un tiempo en prisión, uno de ellos por haber robado un banco. Varios de quienes participaron en estos dos atentados habían viajado a Siria y hoy sabemos que el gobierno turco deportó a Ibrahim el-Bakraoui, uno de quienes cometerían el ataque al aeropuerto de Bruselas, por sospechar que era un combatiente terrorista, situación que reportó a las autoridades belgas. De ahí ha surgido toda una discusión acerca de las debilidades en la colaboración entre las diversas agencias europeas de inteligencia. De hecho, se ha reportado que ISIS ha plantado células en Europa desde incluso dos años antes de los actuales ataques. En suma, las autoridades, tanto en París como en Bruselas, tenían conocimiento previo de la amenaza que representaban varios de estos atacantes. Uno de ellos hasta tenía una orden de aprehensión por parte de un juez belga desde diciembre. ¿Cuál fue entonces el problema? ¿Cómo se explica que estos ataques no pudieron ser detenidos a tiempo? Sobra decir que no hay respuestas simples, pero intentamos algunas hipótesis:

Primeramente, el terrorismo es un fenómeno en franco crecimiento. Actualmente hay cinco veces más ataques terroristas que en 2001 cuando se cometieron los ataques del 9/11, y su frecuencia sigue aumentando a razón de 80% por año en las últimas mediciones (IEP, 2015). Y esos son solamente los ataques que cumplen con su objetivo. Podríamos suponer que los intentos por cometer atentados han aumentado incluso más. Ello presenta un reto mucho mayor para las agencias de inteligencia hoy del que representaba hace tan solo unos años. Las autoridades podrán detener la grandísima mayoría de estos ataques, pero las probabilidades de que al menos algunos de ellos tengan éxito son hoy mucho mayores.

En segundo lugar, a partir de las medidas contraterroristas implementadas durante la década pasada tras atentados como los de Nueva York, Madrid o Londres, las inteligencias occidentales fueron enormemente eficaces en detectar y detener potenciales amenazas terroristas, lo que tuvo consecuencias:

1) Por un lado, creció el número de llamados de los líderes terroristas a atacantes de base o locales, a quienes se invitó a actuar desde casa en contra del “enemigo”. Así, se calcula que el 70% de ataques terroristas cometidos en Occidente en los últimos 10 años, es perpetrado por lobos solitarios, o células muy pequeñas de personas, quienes no tienen liga o conexión operativa con los centros de combate de redes como Al Qaeda o ISIS (este porcentaje no incluye los atentados de París o Bruselas, por supuesto). Por lo tanto, muchas veces no hay comunicación con estas redes ni forma de detectar los ataques en su fase de planeación (asumiendo que hubiese tal fase, puesto que a veces ni siquiera la hay).

2) Por el otro lado, hoy sabemos que los combatientes de ISIS, muchos de ellos nacidos en países occidentales, han sido muy diestros en comprender las herramientas tecnológicas y de comunicación desarrolladas en Occidente. De modo que han mostrado una enorme capacidad para estar a la vanguardia tecnológica y así, evadir el cerco de la inteligencia de los países europeos.

Por último, están ahí, en efecto, todos y cada uno de los errores cometidos a la hora de intentar dar sentido a los mares de datos y toneladas de información a las que las agencias de seguridad son constantemente sometidas, mientras que al mismo tiempo dichas agencias deben responder ante las restricciones que las sociedades democráticas les imponen. Incrementar las medidas de seguridad, aumentar los cateos, los registros y las órdenes de aprehensión por sospechas sin evidencias contundentes, son temas que conllevan costos en democracias como las europeas. Y sí, se cometen fallas. Graves.

Con todo, asumiendo que el terrorismo seguirá aumentando, nos encontramos frente a una carrera circular. Las policías y agencias de inteligencia, aprenderán de las fallas en que han incurrido y probablemente terminarán mejorando y lograrán desactivar cada vez más amenazas. Los terroristas, sin embargo, mientras sigan teniendo las motivaciones e incentivos para seguir cometiendo ataques, intentarán optimizar sus propias capacidades. Si bien la mayoría de veces fracasarán, bastará un par de ocasiones de éxito para conseguir lo que buscan. Y entonces, quizás, volveremos a discutir acerca de los nuevos fallos de las agencias de inteligencia y acerca de cómo no están cumpliendo con su labor.

La suma de esos factores nos lleva a concluir que, mientras no se resuelvan las causas raíz que dan origen a la violencia terrorista, no habrá agencia ni inteligencia que sea lo suficientemente eficaz para detener su crecimiento. Como lo he explicado en otros textos, las estrategias en el mediano y largo plazo deben incluir, para países industrializados, la instrumentación de políticas públicas que logren reducir la exclusión socioeconómica y la marginación de las comunidades en donde las organizaciones terroristas encuentran sus mayores caldos de cultivo. Y para los países de donde emergen los centros de grandes redes como ISIS, Al Qaeda o sus filiales –tales como Irak, Siria, Afganistán, Libia o Yemen-  se necesita una verdadera colaboración internacional para coadyuvar en la disminución de los factores de inestabilidad y riesgo, y en la construcción de condiciones de paz desde la raíz. Queda claro que no es simple, pero tampoco lo es la eterna cacería del gato y el ratón a la que las agencias de inteligencia se seguirán viendo cotidianamente sometidas.

Twitter: @maurimm

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