Así la llamaban cuando nació. La Revolución del Jazmín. Luego, cuando se expandió desde Túnez hacia otros países dela región, le cambiaron el nombre y la empezaron a llamar Primavera Árabe. Algunos supersticiosos incluso llegaron a decir que fue justo ese nuevo nombre el que trastocó el destino de aquella serie de protestas y manifestaciones que durante meses, ocurrieron en 18 distintos países de la zona. Lo que es cierto, más allá de las supersticiones, es que Túnez era un país muy diferente a Egipto, Libia, Yemen o Siria. Y por lo tanto, replicar lo que ahí arrancaba, no en la primavera del 2011, sino en el otoño del 2010, no iba a ser cosa sencilla. En cualquier caso, el comité Nobel de Noruega, una vez más, al otorgar su premio al Cuarteto del Diálogo Nacional de Túnez, desea comunicar un contundente mensaje muy vinculado a la coyuntura actual: una coyuntura marcada por guerras civiles, recrudecimiento del terrorismo islámico, intervenciones de potencias rivales y la explosión de la crisis de refugiados que marca a varios países de la región. Y es que todos los temas anteriores, directa o indirectamente se relacionan con aquellos movimientos que arrancaron en 2010 cuando Mohamed Bouazizi se prendiera fuego en las calles tunecinas.

Con todos sus problemas, Túnez fue la excepción, no la regla. Lo fue en parte gracias a la propia composición de la sociedad tunecina, una sociedad mayoritariamente conformada por clases medias urbanas con bajos niveles de pobreza. Túnez era el país que más se parecía a ese modelo que algunos medios proyectaban de ciudadanos conectados a redes sociales –en 2010, 36% de tunecinos tenían acceso a Internet y 25% tenían acceso a Facebook. Pero esa es solo una parte de la historia. Túnez fue también la excepción gracias individuos como los que componen las organizaciones del cuarteto que recibe el Nobel, quienes supieron, en momentos de altísimo riesgo, encausar el diálogo entre actores enfrentados, y encontraron la manera de generar acomodos para una transición relativamente pacífica hacia la democracia. Túnez fue también la excepción gracias a otros actores políticos no galardonados, quienes estuvieron dispuestos a jugar con las reglas y a retirarse cuando los votos no les favorecieron. Porque es un hecho que la transición tunecina no ha estado exenta de obstáculos. Desde una economía con dificultades para resolver los factores estructurales que detonaron las protestas del 2010-2011 –como lo es la desocupación juvenil-, hasta el asesinato de líderes de la oposición, como fue el caso de Brahmi, en 2013. Desde las protestas de islamistas hasta las renovadas protestas de grupos liberales en los años que siguieron, o las actuales amenazas de Al Qaeda o de grupos e individuos afiliados a ISIS. A pesar de todo ello, sin embargo, Túnez camina.

Después de Túnez, casi de manera paralela en aquél enero del 2011, se sucedieron protestas masivas en Egipto, Yemen y poco después en Libia y Siria. El primero de esos países, contaba con algunas de las condiciones que permitían seguir narrando la historia revolucionaria “primaveral”. Egipto, en efecto, tenía un sector de clases medias urbanas educadas y muy conectadas a Internet y redes sociales. Ese sector luego fue conocido como “los liberales”. Sin embargo, al revisar los datos duros, las diferencias ya resaltaban. En el Egipto de 2011, 22% de personas tenía acceso a Internet (40% menos que Túnez), y solo 12% tenía acceso a Facebook (la mitad de Túnez). Egipto era un país con más de la mitad de la población viviendo en condiciones de pobreza y casi 20% en pobreza extrema. En ese país, la influencia de la Hermandad Musulmana dentro y sobre todo fuera de la capital, era enorme, y como resultado, esa organización tuvo la capacidad de traducir la oposición a la dictadura, en votos efectivos. Este factor no solo generaba preocupación y descontento entre los actores pertenecientes a un antiguo régimen que nunca se fue. La preocupación cundió también entre muchos actores liberales, varios de quienes habían detonado las protestas, y quienes terminaron por preferir el retorno de los militares al poder que ver a su país islamizado, lo que se consumó tras la deposición de Morsi a manos del general Sisi, el actual presidente. También en Túnez los islamistas ganaron las primeras elecciones y provocaron gran preocupación en los sectores liberales, pero a diferencia de Egipto, la sociedad civil tunecina ha conseguido hasta ahora resolver sus diferencias a través del diálogo, aunque no sin obstáculos en el camino.

La historia en Yemen y Libia fue muy distinta. Ahí, solo para ejemplificar, el Internet y el Facebook casi no contaban con presencia. En Libia había 5.7% de penetración de Internet. En Yemen, el país más pobre de Medio Oriente, solo 1.7%. Facebook solo contaba con 0.1% de penetración tanto en Libia como en Yemen. En esos dos países de sociedades muy tribales, muy poco parecidas a lo que narraba el relato de la Primavera Árabe, los desenlaces eran imprevisibles en 2011. A la larga, en ambos casos, tras el colapso de las dictaduras, lo que sobrevino fue la guerra. Tribus, clanes, grupos sectarios, militantes islámicos, unos afiliados a Al Qaeda, otros afiliados a ISIS, todos chocando entre sí. Esto se sumó, en ambos casos, a un entorno regional y global de rivalidades exacerbadas entre potencias enfrentadas, quienes utilizan los territorios libio y yemení para dirimir sus diferencias.

Siria es sin duda el caso que más representa la frustración tras las protestas del 2011. Porque es justo ahí, en esas manifestaciones, cuando inicia esa guerra civil en la que cuatro años después, intervienen milicias laicas, milicias islámicas locales, milicias islámicas extranjeras, potencias regionales y potencias globales compitiendo y chocando para avanzar sus intereses. Es justamente en ese país que se genera la mayor crisis humanitaria en lo que va del siglo.

Así que hoy, precisamente cuando esas guerras civiles se encuentran en plena explosión, cuando estamos ante algunas de las mayores tragedias de los últimos tiempos, cuando las olas de refugiados abarrotan las balsas, los autobuses y los trenes para huir de la violencia y el terrorismo, cuando millones de seres humanos no son capaces ni siquiera de salir y quedan encerrados entre las balas y las bombas de milicias, grupos islámicos, gobiernos represivos, potencias y superpotencias rivales, justo hoy, el comité Nobel nos pide regresar a Túnez, Y si bien es imposible obviar los riesgos que debido a factores económicos y políticos, internos y externos, siguen amenazando a ese país, es atinado reconocer a las mujeres y los hombres de cuatro organizaciones que estuvieron a la altura de la historia original de la Revolución del Jazmín, cuyo nombre, quizás, nunca debió sustituirse.

Analista internacional. 

@maurimm

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