Venezuela llegó a ser un país ejemplar en América Latina. Contaba con un sólido sistema de partidos, una sociedad libre, separación de poderes… en fin, todos los atributos de una democracia. Llegó a tener un PIB de los más altos de América Latina. También tenía, desde luego, los retos de una nación en desarrollo, como instituciones ineficientes, corrupción y una situación económica muy difícil para la mayoría.

Venezuela no es una democracia perfecta ni imperfecta, es una dictadura. Al momento de terminar de escribir estas líneas, la Asamblea Constituyente, que según Maduro debe sustituir a la Asamblea Nacional, recibió en realidad un rechazo absoluto por parte de los venezolanos. La diferencia de participación en la “consulta soberana” organizada por la oposición al régimen, al lado del ejercicio convocado por Maduro, es enorme.

Los venezolanos, que saben de democracia, están conscientes de que la única transformación pacífica es la política y la negociación. Pero en Venezuela la paz pende de un hilo porque los ciudadanos han visto como se les van cerrando una tras otra todas las puertas para hacer valer sus demandas. Todos los días el pueblo venezolano sale a las calles a exigir su derecho a la libertad. El rechazo al chavismo también se hizo patente en las urnas hace unas semanas, cuando la gente votó en la “consulta soberana” abrumadoramente en contra de la Asamblea Constituyente. Sin embargo, el gobierno desoyó una vez más a sus gobernados y, con el eterno discurso populista del complot en su contra, decidió disolver el único órgano que le representa un contrapeso.

Maduro tiene control sobre la estructura del gobierno, y abusa permanentemente del poder y de sus facultades jurídicas y meta jurídicas. Está claro que no tiene ni la razón ni a la gente de su lado. Por eso amenaza y amedrenta. Se empeña a diario en la arbitrariedad, en la necedad, en la defensa de sus privilegios y de quienes lo rodean. Se trata de un grupo dispuesto a usar la violencia contra su pueblo con tal de no dejar el poder. Y así lo hicieron ayer. Cuando escribía estas líneas, Capriles ya había denunciado la masacre en Mérida y María Corina se solidarizaba con la familia de los asesinados del pueblo de Tachira. Por su parte, Julio Borges declaraba que “no ha votado ni un millón y medio de venezolanos”. La abstención es una nueva muestra del rechazo al intento de golpe de Estado a través de la Asamblea Constituyente. Y es que la mitad de los integrantes de este supuesto órgano popular ya están virtualmente designados por el propio Maduro.

¿Qué es lo que falta? Presión internacional, que es justamente lo que ha pedido Leopoldo López en un tuit: "Hago un llamado a los demócratas del mundo [a] desconocer a esta Asamblea Nacional Constituyente fraudulenta, como lo ha hecho ya el pueblo venezolano." Nuestro país, a través de la SRE, informó que el gobierno de México no reconoce la Asamblea Nacional Constituyente. Asimismo, Brasil exhortó a cancelar la convocatoria de una Asamblea Constituyente. España pidió a la Unión Europea la posibilidad de sanciones contra el gobierno de Maduro. Estados Unidos también lo hizo y Canadá convocó a restaurar el orden constitucional. Perú pidió el respeto a la Constitución vigente y al pueblo venezolano. Y Colombia ya dejó claro que no reconocerá la Asamblea chavista.

Abogada

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