“ … Cuando renuncies a oprimir a los demás y destierres de ti el gesto amenazador y la palabra ofensiva; cuando compartas tu pan con el hambriento y sacies la necesidad del humillado, brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía” Isaías 58, 9-10

Dios también bendice la vida a través de las personas que uno va conociendo. Para mí, una de ellas fue don Lorenzo Servitje, quien falleció el pasado viernes 3 de febrero.

La primera vez que escuché a don Lorenzo fue en 1981, en la conmemoración de los 90 años de la Rerum Novarum, la Encíclica que dio origen a la doctrina social de la Iglesia. Me impactó su discurso, en el que habló de la democracia, de la dignidad de la persona humana, de la libertad y la justicia, del bien común, principios que yo compartía plenamente. Mi padre me dijo que se trataba del dueño de Bimbo: “Para que veas mi hijita, cualquier cosa: Bimbo… ¡es un gran mexicano!”. Con el tiempo, conocí a sus hijas e hijos, quienes siguieron su ejemplo y a quienes les agradezco lo generosos que fueron al compartir tanto a su padre.

Don Lorenzo era católico, y no le daba pena decirlo ni serlo. Por eso fue señalado, a veces con desdén. Pero estuvo siempre lejos de ese conservadurismo falso, que ataca y utiliza a la religión para criticar y dañar a los demás. También estuvo siempre muy lejos del odio, y de esa hipocresía que por desgracia es característica de muchos que se dicen católicos, pero que llevan una vida totalmente contraria. Por el contrario, en pensamiento, palabra y acción, don Lorenzo estuvo siempre cerca de la alegría del Evangelio.

Don Lorenzo hizo todos los méritos para pasar a la historia de México como un gran empresario, creador de empleos y bienestar y forjador de una empresa que hoy es líder global. Pero no se quedó ahí. También será recordado como un verdadero filántropo y humanista. Su congruencia lo llevó a ser uno de los primeros impulsores de la responsabilidad social empresarial y creador de organizaciones como la Fundación Mexicana de Desarrollo Rural o el Imdosoc. Desde ahí ayudó a miles de familias de comunidades rurales e indígenas que se beneficiaron —la mayoría sin saberlo— de sus buenas obras. También fue un promotor incansable de la cultura de nuestro país.

Tuve la oportunidad de platicar muchas veces con él, especialmente de política. Coincidíamos en la urgencia de devolverle la dignidad a la política y regresarle la ética y el espíritu de servicio a esta tarea humana que debe orientarse a transformar y conseguir el bien común. No hace muchos meses conversamos sobre nuestro amado México y sobre la corrupción que envuelve la vida política, sobre la importancia de combatir la impunidad y la creciente inseguridad. Compartió conmigo algunas reflexiones para que no sólo se hable de pobreza, sino también de desigualdad, a fin de lograr un crecimiento económico más justo y solidario.

Testimonios como el de don Lorenzo me hacen pensar que sí es posible la congruencia, que la esperanza es cierta y que hay liderazgos éticos, no perfectos, pero éticos. Que México puede y debe ser distinto. Él hablaba y vivía los valores del trabajo y la perseverancia, la disciplina y el esfuerzo. Y al mismo tiempo dejaba ver su valentía, su alegría y su determinación.

Don Lorenzo es ejemplo de mexicano, de empresario y también de católico comprometido. Muchos valores lo distinguieron, resalto aquí el de la congruencia entre el creer, el decir y el hacer. Esa congruencia, que requiere de fe y de valor, hoy hace mucha falta, especialmente frente a los males profundos y generalizados de la cobardía y la hipocresía.

Don Lorenzo logró con su esfuerzo cumplir la tarea humana de ser sal de la tierra y luz que ilumina las grandes y buenas obras.

Abogada

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