La reforma educativa ha sido fundamental para cambiar el sistema público de enseñanza, desterrar viejos vicios y romper con inercias que lo mantenían en el estancamiento. Por eso, es tal vez la única reforma del actual gobierno que contó con respaldo social amplio, que se venía trabajando desde años anteriores. De ahí lo importante que era que el gobierno defendiera la reforma educativa como un logro de toda la sociedad. Que la planteara como un proyecto de futuro colectivo en el que todos tenemos algo que aportar para su éxito: los maestros, los directivos, los padres de familia y, desde luego, los verdaderos protagonistas de la educación que son las niñas y niños.

Lamentablemente, la reforma ha quedado entrampada en las agendas e intereses particulares de políticos y de líderes. Hemos llegado a relacionar la expresión “reforma educativa” con maestros en paro, polarizaciones políticas, maestros reprimidos, y la violencia aparece constantemente hasta llegar a humillaciones como las vimos en Oaxaca y Chiapas por parte de la CNTE. El debate entre la CNTE y el gobierno está distorsionando la verdadera preocupación del país: una educación integral, formadora de ciudadanos libres y con valores, en la que las nuevas generaciones encuentren los instrumentos de igualdad y excelencia para desarrollarse en la vida y en el mundo.

No podemos negar que la llamada “reforma educativa” conlleva importantes avances administrativos y políticos. Sin embargo, el éxito de toda reforma radica en cómo la implementemos, en la calidad educativa que derive de una correcta aplicación de los cambios que tanto se necesitan, todo lo cual tendrá como consecuencia el desarrollo a plenitud del talento que tienen los jóvenes mexicanos.

En este contexto, una metáfora de Manuel Gil Antón, profesor de El Colegio de México, resulta muy clara. Dice este académico que el sistema educativo es como un autobús que necesita urgentemente un nuevo motor, nuevas ruedas, nuevos asientos, nuevos frenos, que no podemos cambiar al chofer y creer que con eso el camión avanzará sin problemas, que deben arreglarse el parabrisas, los asientos, las llantas para que camine bien. En ese sentido, los esfuerzos tienen que ir no sólo en relación al chofer del camión sino también a la calidad y a los instrumentos que se tienen para manejar bien. De ahí que sea tan criticable que los recortes de presupuesto tuvieran como principal perjudicada a la materia educativa.

En efecto, la Secretaría de Hacienda anunció, bajo el pretexto del Brexit, un recorte presupuestario en el que la educación sufre un tremendo ajuste de 6 mil 500 millones. O sea, se le quita el dinero a la reparación del camión y a la capacitación del conductor. Y de arreglar el camino, mejor ni hablamos, porque los recortes al gasto social son también enormes. Si los relacionamos, nos daremos cuenta que los lugares de mayor resistencia a la reforma educativa son aquéllos donde las carencias sociales son más profundas. De ahí que el recorte a la educación y a la salud sean un gran error.

Por lo visto, la polarización en la que estamos nos lleva a un callejón cuya salida no parece ser acelerar un cambio urgente en las condiciones y el ambiente en el que se desarrolla la educación en México.

Así, la reforma educativa ha quedado en medio de una pugna política y social en la que los niños parecen ser lo menos relevante. Estoy convencida de que la legalidad tiene que venir acompañada de un esfuerzo verdadero de mejora al sistema educativo, a la dignidad de las aulas y de los maestros, para que la escuela sea modelo del bien común, que se genera con la política.

Porque las niñas y los niños se merecen un país donde puedan estudiar y aprender para ser ciudadanos de bien, un país en que los padres de estos niños lleven a sus hijos a la escuela con la esperanza de que ahí encontrarán los mejores instrumentos para enfrentar la vida y trabajar por el bien de México.

Abogada

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