Las recientes elecciones en Gran Bretaña han dejado en claro que en política las predicciones y la realidad no siempre coinciden. La señora May optó por llamar a elecciones anticipadas a partir de sondeos electorales que en abril le daban 64% de los votos y cuando su principal opositor, Jeremy Corbyn, parecía desvanecerse del espectro político. Seis semanas más tarde, la señora May obtuvo sólo 43% de los votos frente a 41% de su opositor, lo que la dejó sin mayoría parlamentaria.

Varios hechos en la coyuntura jugaron en su contra. El principal propósito de su decisión era salir fortalecida y con mayor respaldo para negociar el Brexit. Sin embargo, la ausencia de precisiones respecto de qué y cómo negociar, parece haberle restado algunos puntos. Sus políticas de austeridad en el gasto, en la mejor tradición Tory, con particular impacto en programas sociales y en seguridad, también contribuyeron a esta resta de puntos. En particular los recortes a la policía, que coincidieron con dos golpes terroristas. La percepción de que Corbyn estaba políticamente acabado, resulto quizás su mayor error de cálculo.

Pero el problema dista de ser coyuntural. La venta que hicieron los pro Brexit de que era posible volver al disfrute pleno de la soltería sin perder ninguno de los beneficios del matrimonio —y que la señora May compró— ha resultado un fiasco. Es claro que esto no es posible. Peor aún, ni Boris Johnson, actual ministro de relaciones exteriores y uno de los principales promotores del Brexit, ni David Davis, el negociador del Brexit, parecen tener respuestas mínimas a todas las preguntas que han surgido después de que convirtieron al Brexit en política nacional.

Y ciertamente no es lo mismo divorciarse de un cónyuge que de 27, y mucho menos si los 27 presentan un frente común y esperan una satisfacción. Esa parece ser la realidad a enfrentar por parte de la señora May y su equipo de vendedores de quimeras. Para su mala fortuna, primero el electorado de Holanda y después el de Francia, dejaron en la banca a los separatistas y se fueron con los europeístas. El desencanto que dio origen al populismo nacionalista en Europa se revirtió a gran velocidad. Y la Gran Albión se quedó sola.

Ciertamente que lo sucedido en Holanda y Francia redujo en forma significativa la ansiedad acumulada en el último año. Esto le da un importante margen de maniobra a la Unión Europea para conducir un divorcio en el que los hijos se vean menos afectados. Con todo, deshacer un contrato que llevó 70 años construir será un proceso complejo, difícil y doloroso para todos, pero principalmente para quien decidió romperlo. Hay reglas muy claras sobre la compensación económica deberá pagar Gran Bretaña y que resulta monumental. El proceso debe concluir en dos años y en esto los 27 no parecen dispuestos a negociar.

El panorama para la Gran Bretaña dista de ser halagüeño. Ahora sin mayoría directa en el parlamento, el gobierno de May sólo tendrá mayoría si cuenta con los votos de los parlamentarios del Democratic Unionist Party (DUP) de Irlanda del Norte, conservadores protestantes que seguramente venderán muy caros sus votos.

Y en las propias filas conservadoras se han multiplicado las voces de preocupación. Ryan Shorthouse, director de Bright Blue, un think tank liberal de los Tories que cuenta con el respaldo de más de cien parlamentarios conservadores, comentó hace unos días que “los conservadores enfrentan ahora un gran dilema: o cambian rápidamente a su líder y su enfoque del Brexit o la agenda y la presencia de la izquierda los rebasarán. Los cantados beneficios de la soltería se van desvaneciendo frente a los crecientes costos del divorcio.

Consultor en temas de seguridad y política exterior.
lherrera@coppan.com

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