La interminable sucesión de escándalos ligados a los gobiernos estatales, ha generado una serie de reflexiones sobre los alcances y límites de las administraciones locales. Los niveles de abuso que algunos de los más recientes ejecutivos estatales han exhibido, se combinan con una lamentable actuación. Dicho en otras palabras, no solamente roban sino que, de manera fatídica, tienen un pobre desempeño y la pregunta es: ¿hemos tenido el infortunio de tener la peor generación de gobernadores de la historia del país o bien, hay un defecto estructural en el sistema?

EL UNIVERSAL dedicó uno de sus momentos más relevantes de las celebraciones de su centenario a reflexionar sobre el federalismo y lo hizo con las universidades e instituciones de investigación superior más importantes del país. Tenemos un mapa muy preciso de las debilidades de nuestro sistema federal y sabemos bien lo que habría que hacer para subsanar esas deficiencias.

Lo que no tengo muy claro es por qué se ha inhibido el instinto político por crecer y se ha dejado que la desmesura combinada con ineficiencia, sea el eje de las gestiones locales. Me explico: desde que la estructura territorial de este país se convirtió en un trampolín para aspirar a la Presidencia de la República, los gobernadores tenían un incentivo muy claro para aspirar a la grande. Así ocurrió en el 2000 con Vicente Fox, que fue gobernador de Guanajuato; Cuauhtémoc Cárdenas, jefe de Gobierno de la Ciudad de México, y aunque el PRI lanzó a Francisco Labastida, dos de los más serios competidores fueron los gobernadores de Tabasco y Puebla, a la sazón, Roberto Madrazo y Manuel Bartlett. En 2006, Felipe Calderón salió de ese patrón de reclutamiento, pero el candidato del PRI, Roberto Madrazo, venía, con su gestión como gobernador de Tabasco, como principal carta de presentación y por supuesto a López Obrador lo catapultaba, a la esfera nacional, su gestión en la capital. En 2012 volvemos a tener la excepción panista y la repetición de la candidatura obradorista. Y el ganador viene con la gestión en el Estado de México como su principal capital político. En otras palabras, los gobiernos locales se convertían, automáticamente, en el trampolín para aspirar a la Presidencia y era perfectamente lógico que en un México que se transformaba, la sucesión se trasladara a la estructura territorial.

En 2017 resulta aventurado imaginar que un gobernador será el candidato de alguna de las principales fuerzas políticas. Hoy parecen plataformas más seguras las dirigencias de los partidos (Anaya y AMLO), un reconocimiento amplio de la militancia y un sector de la sociedad civil (Zavala), las secretarías de Estado (Osorio Chong) y sólo Moreno Valle reúne el perfil descrito anteriormente.

¿Por qué nos han salido “tan malitos”? —como se preguntaba Chávez Presa (EL UNIVERSAL, 22 de abril de 2017)— los últimos gobernadores? y ¿por qué razón han preferido entregarse a impulsos caligulescos y enriquecerse de manera grosera antes de pensar en una trayectoria política que pudiese catapultarlos a la carrera presidencial?

Hubo un tiempo en que en este país parecía que llegar al poder era lo más importante; hoy parece que robar sin tapujos es lo que más complace en nuestras muy desgastadas élites.

Analista político.

@leonardocurzio

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses