La muerte del gorila Bantú, ocurrida hace unas semanas, no se reduce a un simple asunto de animales, zoológicos y circos. Habla sobre todo de un país, de un sistema social y político que no sólo encierra personas inocentes, maltrata, violenta, asesina y degrada a sus ciudadanos, sino que además hace extensivo este trato y esta relación al mundo no humano, a los animales, los cuales no poseen un estatus que los haga merecedores de dignidad, derechos y consideración moral.

Un chimpancé muerto y descuartizado es el espejo para mirar nuestro orden social, político, nuestros valores y la forma como queremos vivir en sociedad. Bantú nos retrata como un país en el que la vida es algo sin valor, prescindible, que se puede administrar y quitar a capricho. Bantú pareciera un lapsus brutus de un sistema en descomposición que nos reitera, subliminalmente, el trato que le da sus propios ciudadanos a los que degrada, igual que a los animales, a simples objetos. Lo mas seguro es que los carniceros que hicieron la necropsia de Bantú, ni siquiera pensaron en las implicaciones sociales y morales de sus actos. Es esta la metáfora de un sistema político decadente, en donde matar y descuartizar es una práctica ubicua, parte ya de la convivencia cotidiana en todos los ámbitos de la vida.

La guerra al narcotráfico produjo 70 mil muertes en el sexenio de Felipe Calderón. Las muertas de Juárez, las del Estado de México, los migrantes centroamericanos que son secuestrados, matados, robados y torturados por bandas públicas y privadas en su paso por México, las mujeres violadas en los autobuses de ‘primera’ en la carretera México-Querétaro, representan muestras icónicas de un estado de cosas que ocurre todos los días, en todas las ciudades de México. Ayotzinapa y Nochistlán emergen casi como parte de un folclor de la muerte en un país barbárico.

Por otra parte, habría que cuestionarse la existencia misma de los zoológicos, en los cuales los animales padecen maltrato, degradación, condiciones de insalubridad, hambre, y sobre todo privación de su libertad y de sus condiciones naturales de vida. Hoy día algunos países se cuestionan la existencia y la necesidad de los zoológicos. Argentina decretó el cierre al de Buenos Aires; Costa Rica se opone a su existencia. No hay ninguna justificación moral, educativa o científica válida para mantenerlos. Los animales encerrados son verdaderos prisioneros, privados del más elemental de sus derechos. No obstante, siguen brindándose los mismos argumentos de siempre para mantenerlos en cautiverio y para su degradación.

También es dudoso el argumento del papel de los zoológicos para producir conocimientos y para proteger a las especies amenazadas. Son escasos los zoológicos del mundo que llevan a cabo investigación. Hay una crítica seria acerca de la eficacia de los programas de reproducción de animales en cautiverio como estrategia para evitar los daños a la biodiversidad. Los animales criados en cautiverios no son equivalentes de sus contrapartes salvajes; se ha observado que no están aptos para ser reinsertados en las condiciones salvajes de sobrevivencia. El acervo genético de los animales en cautiverio es menor, lo cual los expone en mayor medida a la enfermedad y la muerte. Las causas reales de la desaparición de muchas especies de animales son la destrucción de sus hábitats y ecosistemas, la caza ilegal, el cambio climático; es decir, factores para los cuales los zoológicos no tienen ninguna respuesta.

Toda una tradición del pensamiento moderno ha degradado al mundo animal no humano a simples cosas, objetos carentes de razón, entendimiento y sentimientos, aún a pesar de que Darwin los consideró seres sensibles, capaces de mostrar emociones, sentimientos y, como lo han demostrado estudios posteriores, con prácticas aparentemente exclusivas de los humanos, como es el caso de los elefantes quienes expresan luto y dolor por sus muertos.

La depresión, la neurosis y otros males propios del cautiverio abunda en estos sitios de ‘entretenimiento’. En 1752 se fundó el primer gran zoológico en Viena; más tarde, en 1828 se abrió el de Londres. Hoy día hay cerca de 10 mil en el mundo con más de un millón de vertebrados sobreviviendo tras las rejas.

El caso de Bantú nos muestra algo más patético aún. Que los animales de los zoológicos no sólo padecen de las condiciones precarias y degradantes propias de estas prisiones, sino también la precariedad, la brutalidad y la barbarie de los sistemas sociopolíticos en los que se ubican.

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