La renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) está por comenzar y México deberá mostrar que la experiencia adquirida en la firma de acuerdos con casi medio centenar de países podrá sobreponerse a la expectativa de Donald Trump de imponer un nuevo marco legal más propicio para favorecer sus intereses.

Además, debe considerarse que cuando Estados Unidos colocó los temas laboral, energético, medioambiental, de compras de gobierno, de pequeñas y grandes empresas, por citar algunos, la renegociación salió del tema comercial, el nuevo acuerdo tendría que ser productivo, una visión que va más allá y que merece su propio tratamiento.

Hasta el momento, el principal objetivo de la mayor potencia del mundo es la construcción de un tratado más apegado a su sistema legal, así se puede establecer en el resumen de objetivos que presentaron el pasado mes de julio.

No buscan algo menor, si México y Canadá ceden en el terreno legal, sólo será cuestión de tiempo para que los engranes ajusten el intercambio comercial, las relaciones laborales, la regulación medioambiental, las compras de gobierno, los derechos de autor y el mercado energético a los intereses y estrategias del gobierno de Estados Unidos.

No sólo es la propuesta de desaparecer el Capítulo XIX, también existirá una fuerte presión en materia laboral para eliminar lo que algunos representantes estadounidense han llamado dumping laboral. Por decreto buscan reducir la diferencia salarial entre ambas naciones, algo que no se podrá lograr por la profunda precarización del mercado laboral que prevalece en México.

De igual forma se debe considerar el objetivo de aplicar una regulación que tienda hacia la política de la Oficina del Representante de Comercio de Estados Unidos (USTR) en materia de competencia comercial.

Al respecto, es importante recordar la directriz general establecida por el gobierno del principal socio comercial de México: La Agenda 2017 esboza las cuatro prioridades comerciales de la nueva Administración: promover la soberanía de Estados Unidos, hacer cumplir las leyes comerciales de Estados Unidos, aprovechar la fuerza económica estadounidense para expandir nuestras exportaciones de bienes y servicios y proteger los derechos de propiedad intelectual de los Estados Unidos.

Las dos primeras prioridades son contundentes: soberanía y hacer cumplir las leyes de Estados Unidos, contra eso van los negociadores mexicanos, una tarea complicada cuando se toma en consideración que la postura de México será defensiva.

Las principales líneas de defensa del TLCAN en México se basan en demostrar que Estados Unidos se equivoca y en el apoyo que se puede obtener de las empresas trasnacionales interesadas en que el tratado permanezca sin grandes cambios.

Respecto al primer punto, el gobierno mexicano intentará mostrar lo que considera inviable en algunos objetivos de su socio comercial: por ejemplo, desde su perspectiva, estima que elevar las reglas de origen terminaría favoreciendo la compra de insumos y productos de Asia porque su adquisición saldría más barata fuera del TLCAN. Sólo se tiene una visión comercial, no productiva. El corto plazo versus el mediano plazo.

En el segundo punto los CEO de las compañías más relevantes de Estados Unidos ya han expresado públicamente su deseo de que el TLCAN no sufra grandes cambios, particularmente el poderoso sector automotriz. De igual forma algunos sectores lo han realizado a nivel estatal, particularmente el agrícola para el que México es un mercado importante.

Ambos argumentos pueden tener alguna validez; sin embargo, tienen una debilidad, son netamente defensivos y conservadores, parten del status quo y no contemplan que el objetivo central de Donald Trump es recuperar el control del comercio y de los procesos de manufactura.

Un problema adicional es que ninguna de las posturas sirve para revertir el problema de fondo: América del Norte ha perdido capacidad productiva y competitiva frente al Pacífico asiático, una región que se industrializó gracias a la innovación tecnológica, infraestructura y calidad educativa en torno a una estrategia política industrial exitosa.

En América del Norte se cometió el error de considerar que “la mejor política industrial es la que no existe”, una factura que está costando empleo e inversión en toda la región, algo que el actual proceso de renegociación del TLCAN no está considerando resolver.

*Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico

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