Buenas señales. La reafirmación, ayer, de los cancilleres de México y Canadá de que no negociarán cada quien por su lado con Estados Unidos, se unió a la buena noticia de la semana pasada: que los medios estadunidenses casi se desentendieron de la notificación del presidente Trump al Congreso del arranque del proceso de renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o TLC). Esta indiferencia respecto del tema que nutrió uno de los alardes más ruidosos de Trump, pudo atribuirse a la congestión informativa debida a la sucesión de crisis del presidente de EU. Pero también puede explicarse por la carencia de valores noticiosos del calendario para acordar ajustes al TLCAN, a la vista, además, de las dificultades que ha enfrentado el nuevo presidente para materializar otros alardes de campaña.

En estas condiciones, no puede ser mejor la señal enviada por los medios del país vecino con su desinterés ante el asunto. Porque, a partir del olfato y las antenas que suele desarrollar el periodista estadounidense, parecería claro que su desaire a esta cobertura se debería, en efecto, a que el tema no augura hechos con altos valores noticiosos, generalmente cargados de connotaciones negativas.

Ni siquiera asomó el valor noticioso de la sorpresa que provocaría, por ejemplo, una ruptura de relaciones comerciales; ni el de los grandes números de víctimas previsibles en su país por la pérdida de empleos que acarrearía el fin del Tratado; ni el de la proximidad de una catástrofe por la falta de bienes mexicanos arraigados en los patrones de producción y consumo de EU en más de dos décadas de TLCAN. Quizás fue esto lo que pesó más en la resistencia de los medios a asignarle al anuncio calidad de noticiable o de controversia.

Muro de los lamentos. Lejos de esos barruntos, el Washington Post le dio seguimiento a la notificación , pero poniendo por delante tanto la predicción de algunos legisladores sobre una supuesta ‘claudicación’ de Trump respecto de su retórica anti tratado, como la decepción de otros por lo que el líder republicano en la Cámara de Representantes llamó un arranque endeble del proceso de negociación. Pero lo que le llamó la atención al reportero de ese diario en el Capitolio, David Wigel —quizás por su mirada todavía juvenil— fue que el salón preparado para hacer estas declaraciones permaneció casi sin periodistas, con un podio para camarógrafos que quedó vacío, como testimonios del desinterés mediático o del descreimiento en la viabilidad de las poses de campaña más insustentables.

Todavía un mes atrás, con su filtración de que en unas horas firmaría una orden ejecutiva para poner fin al TLCAN, Trump pudo desviar por unas horas la atención de la crisis provocada por la investigación de la injerencia rusa en su campaña. Pero su anuncio de las próximas negociaciones comerciales con México y Canadá ya no le alcanzó a abonar en su discutible estrategia de control de crisis. E incluso su primer viaje al exterior apenas compite —penosamente— por la atención pública con la cascada de revelaciones cotidianas sobre sus acciones de obstrucción de la justicia. Su imagen posada en el Muro de los Lamentos apareció como la encarnación del fariseo que se dice víctima de una cacería de brujas mientras realiza la cacería difamatoria de mexicanos, musulmanes, programas sociales, pactos comerciales y acuerdos de paz, como el de Obama con Irán, que ahora torpedeó en Arabia Saudita.

Pare de cavar. El viaje ha dado un respiro a una Casa Blanca acosada por una serie de crisis auto infligidas por Trump. El nombramiento en Seguridad Nacional de su asociado en los negocios con Rusia, el cese del director del FBI que lo indagaba y sus presiones a los aparatos de seguridad para descarrilar las investigaciones, son algunos paletazos que evidencian el desconocimiento presidencial del dicho atribuido a Will Rogers, un humorista cheroqee de entre siglos XIX y XX: “Si te encuentras en un hoyo, deja de cavar”.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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