¿Espejo neoconservador? Una semana después del que pudiera ser el hecho global de más graves efectos en la vida de varias generaciones de México (y del mundo), una buena parte de los definidores de la agenda pública nacional (declarantes y comentaristas) sigue procesando la elección de Trump en Estados Unidos con las mismas rutinas y la misma pobreza con que suelen parlotear ante cualquier gesto intrascendente de algún actor público local. Entre las muestras más pueriles de lo anterior están los espacios dedicados a especular sobre si las urnas de la Unión Americana fortalecen o debilitan a uno u otro miembro del gabinete mexicano en el ánimo presidencial o a uno u otro prospecto de los partidos para la sucesión de 2018.

Pero no es más rica la contribución al debate de las voces ideologizadas. En la derecha cerril se tiende a celebrar el triunfo de Trump porque éste incorporó en su entorno a exponentes del pensamiento neoconservador, que en la campaña se vieron distantes. Se frota las manos —esta derecha— con la idea de un festinado efecto ‘espejo’ entendido como disparador automático de una regresión en México de las libertades de las personas en el plano de las vidas privadas, así como del laicismo y el predominio de las visiones científicas sobre las religiosas en la educación, a partir de la predecible recomposición de la Suprema Corte del norte, hacia la derecha radical, que se propone el presidente electo.

¿Izquierda ‘trumpiana’? A su vez, una izquierda antidiluviana, funcional al espejo neoconservador —ya que considera la lucha por los derechos de las mujeres a decidir sobre la suspensión del embarazo y por las libertades de los homosexuales, como distractores de las causas supremas de la lucha por el poder— tiende ahora a celebrar los votos pro Trump como una rebelión de los pobres contra el satánico libre comercio y la maldita globalización. En efecto, algunos ideólogos de una izquierda que se quedó colgada en los 70 del siglo pasado, encuentran en el electorado de Trump una legítima protesta contra el sentimiento de pérdida de estatus económico y social de una importante capa de la población, en coincidencia con la prédica del magnate que atribuye esas pérdidas al libre comercio con México, cuyo tratado se propone ajustar o eliminar.

Esta izquierda llega incluso a equiparar mecánicamente a los perdedores de la globalización en Estados Unidos, que le habrían dado el triunfo a Trump, con los perdedores de ese fenómeno en México, que le darían el triunfo a alguno de sus émulos de acá. Ambos, invocando un verdugo común a combatir: el libre comercio. Así, éste y los migrantes pasaron en la retórica ‘trumpiana’ a ser las brujas a cazar y a quemar en medio del júbilo de sus seguidores, tan primitivos como sus antepasados de Salem, a juzgar por sus actitudes y conductas de odio contra minorías. En efecto, del malestar por su situación económica, la prédica de Trump los llevó al odio a México y a hispanos, musulmanes y otros grupos, acaso culpables, en aquella mitología, de haber realizado brujerías contra la ‘grandeza de América’.

Nacional populismo. Con la elección estadounidense y el Brexit en el Reino Unido, enfrentamos, según Timothy Garton Ash, “la globalización de la anti-globalización, un frente popular de populistas y una internacional de nacionalistas”. Pero otras voces advierten del riesgo global del hecho de que el todavía enorme poder planetario (y nuclear) estadounidense haya caído bajo control de lo que llaman el ‘nacional populismo’, en clara alusión al auge del ‘nacional socialismo’ encabezado por Hitler en la Alemania nazi.

Más allá de las cábalas de nuestros augures sobre la política local y de los cálculos a izquierda y derecha, ante la elección de EU, parece llegado el momento de concentrar energías para un acuerdo en México y Latinoamérica, frente a la amenaza de volver a la época de las economías cerradas y a una era desconocida de persecución y deportación masiva de nuestros migrantes.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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