Lecciones. La experiencia británica de estos días ha hecho evidentes tres lecciones para los países que, como México y Estados Unidos, entre otros, enfrentan fenómenos de populismo:

1) Engaño como forma de proselitismo de estos liderazgos: Allá, Trump y sus fantasías migratorias. Aquí, inventos para revertir la reforma educativa. Más allá, mentiras de campaña que ahora reconocen los del Brexit sobre las cuotas del país a la UE y el cierre de fronteras a migrantes.

2) Politiquería de los partidos tradicionales: El Partido Republicano quedó hecho jirones por las luchas internas que atrofiaron toda resistencia al fenómeno Trump. Aquí se alcanzan a ver intentos de jugar con fuego (el de la CNTE) por más de un oficiante político. Y en el Reino Unido, entre ambiciones y traiciones, en su intento de ocupar la cabeza del gobierno, el conservador Boris Johnson se fue al Brexit para de paso cobrarle viejas facturas a su correligionario Cameron, mientras los tontos útiles del laborismo dejaron avanzar en sus distritos al Brexit como recurso primitivo de oposición al gobierno conservador.

3) Inoperancia de las campañas tradicionales: Aquí y allá hacen agua el marketing de los talking points y los desplantes de superioridad tecnocrática, con cifras y análisis helados, que poco pueden hacer frente al poder movilizador del fuego vindicativo, así sea embustero, que avivan y propagan las emociones perturbadas de las campaña populistas.

Estamos ante liderazgos que logran conectar con malestares acumulados a través de recursos políticos de baja calidad pero de alta intensidad: claros pero convincentes engaños, simpleza de respuestas a cuestiones complejas y desfogues vindicativos frente a enemigos previamente estereotipados o sencillamente fabricados.

El dilema. Se desbordan las furias populistas contra el orden establecido, escribe Jim Yardley desde Londres para el NY Times. Aunque ya Jonathan Hopkin había anticipado en Foreign Affairs que más bien era la rabia populista la que avivaba el previsible y pírrico triunfo del Brexit. Aquí el ex primer ministro Tony Blair sugiere un dilema clave para Europa y el mundo: ¿ayudar a salvar de la debacle a la Gran Bretaña del Brexit, para evitar mayores estragos a la economía global, o dejarla sucumbir como mensaje ejemplarizante, disuasivo contra la propagación y el avivamiento del fenómeno populista en otros países?

Por lo pronto, habrá que ver en qué grado influyó el ejemplo de la crisis de las primeras horas de la aprobación del Brexit, en la remisión al tercer lugar del populismo de Unidos Podemos, contra las expectativas que colocaban a su líder disputando la jefatura del gobierno de España.

De lo que no debería quedar duda es de que, al erosionar las instituciones de la democracia y al desestabilizar los frágiles equilibrios de la economía internacional (con efectos tóxicos en el resto del mundo, incluido, por supuesto, México), el referéndum que decidió la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea ha quedado como advertencia ante otras tentaciones de corte similar en la Europa continental, en Estados Unidos y en nuestro propio país.

Reversa. Los populismos, a izquierda y derecha, dicen hoy proponerse la inclusión de las mayorías excluidas de la globalidad, ya que ésta sólo habría beneficiado a minorías. Pero al tratar de meterle reversa a la historia, esos movimientos suelen terminar por excluir del desarrollo y el bienestar tanto a mayorías como a minorías, así como por agravar los problemas que pretendían resolver, como está ocurriendo ya en los primeros días del triunfo de este fenómeno en el Reino Unido.

No bastan las herramientas analíticas racionales para explicar el éxito de estos impulsos, orientados, en los casos más recientes, a dinamitar procesos de cambio como la Unión Europea (Brexit) y el TLC de Norteamérica (Trump), que podrían llegar a satisfacer con seriedad las reivindicaciones genuinas de los electores de esas regiones ahora enganchados por los señuelos populistas.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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