Hogueras de las vanidades. El tema de la hoguera de Cocula en la que —todo indica— fueron incinerados, en 2014, al menos en parte, los cuerpos de los normalistas de Ayoztinapa secuestrados por la policía municipal de Iguala, ha reproducido una sucesión de hogueras judiciales, políticas y mediáticas de las que ningún actor participante, nacional o internacional, parece quedar indemne.

A su vez, el tema de los #PanamaPapers apunta a la activación de otra serie de hogueras en que las acusaciones de lavado y evasión —contra una serie de personajes públicos de diversas partes del mundo— parecen más diseñadas para generar efectos en los tribunales de la opinión pública, o en las urnas, que en los tribunales de Derecho. Claro, salvo por la caída del primer ministro de Islandia.

Por otro lado, las ‘revelaciones’ a Bloomberg Businessweek hechas desde prisión por un hacker como de House of cards (Región Cuatro), sobre sus supuestas operaciones encubiertas al servicio de campañas políticas de países latinoamericanos, apuntarían al parecer a un ajuste de cuentas del hacker con un consultor venezolano que lo habría contratado, o bien, se propondrían encender nuevas hogueras en los procesos electorales en curso.

Un problema a la vista de estas operaciones mediáticas es la prevalencia de una suerte de histrionismo moralista sobrepuesto a los análisis legales y a la indagación de las luchas por espacios de poder ocultas por las crispaciones sobreactuadas del momento. Esto nos remonta a la histórica ‘hoguera de las vanidades’ en la que los seguidores del fundamentalista predicador dominico Girolamo Savonarola prendieron fuego en 1497 a gran cantidad de objetos suntuarios y ‘pecaminosos’ de Florencia. Sólo que al año siguiente las cosas vinieron de regreso y el Papa envió a su vez al monje a morir en su propia hoguera.

La hoguera de los intereses. Con el mismo título de las quemazones ocurridas en el filo de las postrimerías de la Edad Media y el despuntar del Renacimiento, Tom Wolfe, uno de los creadores del ‘nuevo periodismo’ estadounidense de cuatro décadas atrás, debutó como novelista en la década de 1980 con su propia The Bonfire of the Vanities, cuya lectura nos acerca más a los entornos contemporáneos de las hogueras de Cocula, #PanamaPapers y Bloomberg Businessweek, que a las del monje florentino.

En efecto, la hoguera de Cocula fue seguida por una sucesión de piras —judiciales, políticas y mediáticas— en las que cayeron el alcalde de Iguala y su esposa, el gobernador de Guerrero y el partido que los llevó al poder, entre oscuras relaciones de los primeros con el crimen organizado. De allí habrían surgido sus todavía presuntas responsabilidades en el secuestro y la desaparición de los normalistas.

Ciertamente, en esta hoguera se podrían consumir los lujos y recursos acumulados por estos transgresores, si siguiéramos con el esquema medieval del padre Girolamo. Pero aquí faltaría un equivalente de La hoguera de las vanidades de Wolfe para acceder a las tupidas redes de intereses y complicidades que se activan entre periodistas, jueces, magnates, líderes sociales y organizaciones que este exponente del new journalism pone al descubierto en el Nueva York contemporáneo.

Fuego errante. En la ecología informativa de hoy, el fuego de una hoguera como la de Cocula va y viene. Una eficaz combinación de organizaciones civiles y exponentes partidistas, con sus activas parcelas en los medios, se propuso y en buena medida logró transmitir el incendio de una alcaldía guerrerense para llevar la hoguera a los pies mismos del Estado mexicano y del gobierno de la República. Esto, con el apoyo de un grupo de expertos —por momentos activistas— avalado por un organismo internacional y financiado por el gobierno mexicano. Pero hoy el viento parece empeñado en alimentar otra hoguera, en que se podrían consumir algunos de los purificadores… Como le ocurrió a Savonarola…

Director general del Fondo de Cultura Económica

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