“Tras la caída de Díaz, la celebración del Centenario del inicio de la Independencia quedaría como una imagen legendaria del fasto porfirista. Ello sólo permanecería en el imaginario colectivo de los mexicanos como la mágica fiesta de una corte imperial”. Así lo consigna el ilustre Rafael Tovar y de Teresa en las páginas de su recomendable libro El Último Brindis de Don Porfirio.

Las fiestas del primer centenario de la lucha de Independencia se dieron ignorando o queriéndose abstraer de la realidad del cambio que se estaba gestando en lo más profundo de la sociedad mexicana.

Hoy, el presidente Peña Nieto vive en una suerte de “corte imperial” ignorando la verdadera situación sobre lo que está pensando, sintiendo y juzgando la mayoría de la gente del país.

El fin de sexenio se conjuga con una crisis de fin de régimen presidencialista, disfuncional, que ya no tiene mañana; crisis en la cual se agolpan múltiples problemas y contradicciones que ponen en entredicho el accionar de las instituciones, estimulan y acicatean el descontento ciudadano que se expresa como un gran malestar contra la democracia, que no ha dado soluciones reales a los grandes problemas nacionales, especialmente los sociales que aquejan a amplios sectores de la población.

Todo ello plantea dos grandes opciones como vías de salida:

Una, que ofrece quien señala que el problema no es de régimen político, de falta de democracia y de libertades y derechos para la gente, sino de la ausencia de un “presidente bueno, honesto y capaz”, con el cual se resolverán todos nuestros males.

“Hay que acabar con la mafia del poder”, reza su consigna principal. “Fórmense tras de mí, súmense conmigo los que estén de acuerdo; los que no, son mis adversarios y hay que combatirlos”, es su conclusión.

La otra, la de quienes —entre ellos Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD— planteamos que es impostergable acabar con el anacrónico presidencialismo, cambiar el rumbo de la economía e iniciar un proceso que permita atender y dar más a los que menos tienen.

Para lo cual, es necesario formar de inmediato un amplio bloque de fuerzas democráticas y progresistas de la más amplia pluralidad ideológica y política del país —organizadas y no organizadas en partidos—, personalidades preocupadas por esta situación, para acordar un programa emergente de gobierno que sea la base de una coalición que gane la mayoría social y electoral en 2018, tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo, e integre un gobierno que haga realidad este cambio urgente y profundo de la vida nacional.

La salida a la desesperante situación de México y de decenas de millones de mujeres y hombres hartos, hastiados de la corrupción, de la inseguridad, de la falta de oportunidades y de la prepotencia de una élite insensible, está en un gobierno que surja de esta coalición de fuerzas responsables y sensatas que rompan con el estado actual de cosas —el establishment— por vías institucionales, pacíficas y democráticas, sin odios ni confrontaciones ideológicas estériles entre hermanos.

La solución no es la descalificación y aplastamiento de los adversarios, que son “los que no piensen como yo”.

Esta crisis de fin de sexenio y de régimen debemos resolverla con la construcción de un México nuevo, de una verdadera transición en la que la palabra democracia tenga alma social y que la política signifique acabar con la prepotencia y la corrupción; y que el combate a la desigualdad social vaya de la mano del respeto a la equidad de género, el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, que todo mundo tenga derecho a querer a quien defina sin importar el género.

Esa sería una verdadera transición democrática y no una simple alternancia.

PD: Nuestro eterno reconocimiento a Giovanni Sartori.

Vicecoordinador de los diputados federales del PRD

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