La transformación del mundo actual y el nuevo orden comercial internacional, en un mundo globalizado, trajeron consigo un reforzamiento de las fórmulas de integración regional, incluso las ya existentes, para el funcionamiento del comercio internacional, configurando nuevos escenarios. El término “integración regional” se refiere en teoría a un proceso de integración económica relacionada con la formación de bloques en determinadas zonas geográficas, considerándose este uno de los hechos que más influye en la colaboración entre las naciones independientes.

En el mundo moderno, este proceso responde a razones económicas y políticas e intenta garantizar un incremento en la capacidad de negociación frente a terceros y protección en relación a otros bloques con los que se compite. La integración es, por tanto, una fórmula para buscar mayor eficiencia en el empleo de los recursos para lograr ventajas competitivas. Así, la integración regional responde a la multipolaridad del mundo industrial y ha facilitado la formación de alianzas que otorgan ventajas competitivas en el comercio, la producción, las finanzas, la tecnología y la política intrarregional.

En teoría, la integración regional se consideró, hasta el estallido de la crisis de 2008 y su posterior evolución, un proceso irreversible, que permitía ir de las formas simples a las complejas por la interconexión que hacia su interior se generaba en torno a sus estructuras productivas, comerciales y financieras. La prueba al cuestionamiento de esta tesis la muestra en la práctica la propia Unión Europea (UE), considerada el ejemplo clave de la forma más desarrollada de integración regional.

El primer hecho que mostró la intención de la irreversibilidad, fue la crisis de la periferia de la eurozona y en particular la crisis de la deuda soberana griega, que inició en 2009. La magnitud de esta crisis hizo que en junio de 2015 surgiera la posibilidad del Grexit, término acuñado por economistas de Citigroup para describir la posible salida de Grecia de la eurozona. El Grexit provocó un proceso de inestabilidad de los mercados y necesitó que realizaran tres rescates financieros, casi consecutivos, por parte del Eurogroup y la Unión Europea, para evitar la salida del país helénico de la zona euro y propiciar estabilidad a los mercados.

Un año después la UE vive otra crisis de permanencia, que se ha denominado Brexit, un término con el que se hace referencia a una posible salida del Gran Bretaña de la UE. El Brexit exige la realización de un referéndumeste jueves 23 de junio y bastará con una mayoría simple sin una participación mínima para que el resultado se considere válido. Todos los votos tendrán el mismo valor.

El Brexit puede provocar una crisis económica en Gran Bretaña, generando una disminución de inversión en los servicios públicos y en la inversión extranjera. De acuerdo al Departamento del Tesoro británico hay dos escenarios posibles: uno es el del “choque” y otro el del “choque severo”. Ambos apuntan a una recesión a corto plazo, pero varían mucho en su gravedad; mientras que la UE se podría convertir en un socio comercial menos atractivo a nivel mundial y perdería poder internacional, además de facilitar el crecimiento de los movimientos populistas hacia el interior de la UE. En general este proceso provocaría la caída del PIB de Europa, un aspecto negativo para su economía ya deteriorada que intenta recuperarse de todo el proceso de recesión prolongada que ha vivido, además de generar un proceso de incertidumbre de los mercados financieros globales, agravando la desaceleración de las economías emergentes y subdesarrolladas.

Aunque es imposible dar un resultado exacto, el problema es grave, pudiendo provocar un replanteamiento en el estudio de la integración regional, pero además exige en la práctica nuestra atención. Esperemos sensatez de los británicos este jueves 23 de junio.


Departamento de Estudios Empresariales
Universidad Iberoamericana

 

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