Según Grigori Chichenko, del Instituto Ruso de Estudios Estratégicos, “el enfrentamiento entre Estados Unidos y China será el eje principal del siglo XXI. En tal contexto, la posición de Rusia se vuelve decisiva. China quiere que seamos socio suyo, EU también, de modo que resultamos ganadores siempre”. Por lo mismo, la llegada a la presidencia de Donald Trump fue recibida con entusiasmo en Moscú. Putin declaró el 23 de diciembre de 2016: “Nadie creía en su victoria, nosotros, sí.” Ahora sabemos porqué, por lo que Walter Astié-Burgos llama “la escabrosa injerencia de Rusia en las elecciones del año pasado y la muy posible complicidad de Trump”.

En los ya lejanos tiempos de la URSS, el KGB y sus socios de las “democracias populares” supieron seducir empresarios capitalistas para tener “amigos” en cada país occidental; así, el KGB checo (STB) se interesó por el joven Donald Trump porque estaba casado con Ivana, nacida en Checoslovaquia. Parece increíble, pero desde 1988 consideraba que bien podría llegar a la Casa Blanca; por lo tanto, obligaron al padre de Ivana volverse un informador y nombraron a un agente especialmente encargado de seguir en EU la carrera de Trump. Así que el expediente del actual presidente ha de ser muy antiguo y, obviamente, tiene muchos documentos sobre sus negocios con varios “oligarcas” de Rusia y Kazajistán. Por cierto, el actual secretario de Estado, nombrado por Trump, Rex Tillerson, el multibillonario de ExxonMobil, hizo tantos negocios en Rusia que Putin lo condecoró en 2012 con el Orden de la Amistad; luego, después de la anexión de Crimea por Putin, ExxonMobil firmó un importante contrato con Moscú.

¿Cómo fue la Operación Trump? En 2014 y en 2015, hackers rusos empezaron a infiltrar las redes del Pentágono, de la Casa Blanca, del Departamento de Estado; lo supo Barack Obama, pero ordenó no hacer nada para no agravar la situación. Los rusos pasaron luego al servidor del Partido Demócrata para preparar el hostigamiento contra Hillary Clinton. El FBI alertó a los dirigentes demócratas que tardaron varios meses en reaccionar, contratando expertos para defender su seguridad cibernética. A principios de 2016, según el FBI, un segundo grupo de hackers entró al correo de John Podesta, el responsable de campaña de Hillary; en julio, documentos comprometedores extraídos de su correo empezaron a publicarse. Hicieron mucho daño a la candidata. El FBI identificó los piratas como al servicio de la Dirección General de Información del Estado Mayor del Ejército ruso, la misma que había trabajado contra Georgia en 2008, contra Ucrania a partir de 2013.

Esas revelaciones le dieron mucho gusto a Trump quién tuiteó, el 25 de julio: “Se divierten en Washington porque las filtraciones organizadas por Rusia se deben al hecho de que Putin me quiere bien”. En septiembre y octubre, los servicios estadounidenses informaron al Congreso y a Obama de la amenaza que pesaba sobre las muy cercanas elecciones. Asombrosamente, se prolongó la ausencia de reacciones por parte del gobierno y de los demócratas. Hasta la victoria de Trump. Entonces, demasiado tarde, el 8 de diciembre, los senadores demócratas, apoyados por unos pocos republicanos, entre los cuales estaba John McCain, pidieron una investigación sobre el asunto.

No deja de ser impresionante la falta de reacción del gobierno estadounidense frente a una agresión bastante seria, perfectamente señalada tanto por la CIA como por el FBI. ¿Ligereza, subestimación de las consecuencias, intimidación resentida después de la actuación rusa en Ucrania y Siria? Los gobiernos de la Unión Europea sacaron la lección de la contribución de Moscú a la derrota de Hillary Clinton: Holanda y Francia blindaron sus elecciones. Recordaron un documento del año 2000, definiendo las tareas del presidente de Rusia: “asegurar un control real de los procesos políticos en la Federación de Rusia y extender su influencia sobre los procesos políticos del extranjero.”

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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