Hace quince días, Uri Avnery intituló su artículo El Macron israelí para concluir que su país, Israel, necesita un hombre nuevo, como Emmanuel Macron. En hebreo, Emmanuel significa “Dios con nosotros”, como bien lo saben los cristianos. Al final de su artículo, dice que Francia nos enseña a no perder la esperanza, incluso cuando todo parece llevar al desastre: “De la nada una persona nueva puede aparecer. Sobre las ruinas de los partidos establecidos, una nueva fuerza política puede surgir, abandonando la vieja lengua de izquierda y derecha, hablando una nueva lengua de paz y justicia social. ¡Oiga, afuera! ¿Qué espera? ¡El país lo espera!”.

Pocos días faltan para el aniversario 50 de la fatídica guerra de los Seis Días, la que en junio de 1966 dio a Israel la victoria militar, victoria fulgurante que tuvo una serie de consecuencias catastróficas para israelíes y palestinos; más evidentemente catastróficas para los palestinos, no menos peligrosas, a largo plazo, para Israel. Cincuenta años después, día tras día, el gobierno israelí vuelve más difícil, imposibilita la creación de un Estado palestino. Ya sé, en las redes sociales, una vez más, van a decir que el Herr Doktor Hans Meyer es un antisemita; he dicho siempre que los dirigentes palestinos han acumulado errores y faltas, que los de Hamas no piensan en su pobre pueblo, sino en armarse hasta los dientes para poder hacer la guerra y destruir a Israel. Por cierto, siempre he dicho y escrito y afirmado que Israel tiene derecho a existir, y a existir en paz. Critico también a los jefes del Fatah, en Cisjordania y Jerusalén oriental.

Dicho esto, no cabe duda que el fuerte en la contienda es Israel; pretende ser razonable y racional, a diferencia de los palestinos, por lo tanto debería dar el ejemplo y buscar una solución, en lugar de cerrar puertas y ventanas, cortar puentes y sembrar minas en el estrechísimo sendero que todavía existe. El lunes 6 de febrero del año en curso, el Congreso israelí (Knesset), dominado por la coalición que mantiene en el gobierno al inamovible Bibi (Benjamín Netanyahu) legalizó la expropiación de tierras privadas palestinas en beneficio de los colonos israelíes. Es la culminación de un proceso que empezó después de la victoria de 1967, bajo gobiernos de izquierda, y que lleva lógicamente a la anexión de los territorios ocupados.

Dejemos de lado la moral y la indignación tan virtuosa como impotente contra lo que es obviamente una injusticia: la imposición de la ley de Israel en Cisjordania, territorio todavía oficial e internacionalmente palestino. Es como si el Congreso estadounidense, bajo la batuta del presidente Trump, legislará con efectos en nuestro territorio. Es una victoria más de los colonos, apoyados por la mayoría del Likud, el partido de Bibi, por el partido Hogar Judío y demás, opuestos a la creación de un Estado Palestino. Esa coalición informal, que podemos llamar “el partido de los colonos”, pretende abiertamente anexar y colonizar masivamente por lo menos las dos terceras partes de la Cisjordania; ya son 400 mil los colonos en los territorios ocupados y los más radicales, los partidarios del Gran Israel, sueñan con la anexión total, acompañada de la expulsión de los “árabes”. Hace mucho que se olvidó en Israel lo que propuso David Ben Gurion, padre fundador del Estado hebreo: devolver los territorios ocupados a cambio de la paz con todos los vecinos árabes. El general, luego primer ministro Itzhak Rabin dijo que los colonos representaban “un peligro para Israel” y eso le costó la vida: fue asesinado el 4 de noviembre de 1995 por un partidario del Gran Israel, alentado por un rabino que dijo lo equivalente a nuestro: “¡Bendita la bala que mate a Madero!”.

A mediados de abril, mil 500 palestinos, presos en las cárceles de Israel, empezaron una huelga de hambre indefinida, convocada por Maruan Barguti, condenado a perpetuidad en 2002. En la indiferencia del mundo entero.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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