Hasta tener más información fiable no hablaré de los dos golpes de Estado en Turquía, el putsch militar fallido y el verdadero golpe de Estado que está realizando el presidente Erdogan. El martes 12 de julio, el Tribunal de la Haya falló contra China en su disputa con Filipinas, a propósito del Mar del Sur de China que Beijing considera como suyo en 85%. La disputa precisa iba sobre las rocas Spratly que se encuentran a 350 km de Filipinas y a mil 800 km de China. Desde 1947 China ha trazado la “línea de las nueve mojoneras”, “el collar de nueve perlas” que refleja su voluntad de controlar ese inmenso espacio marítimo, algo que contradice la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar firmada por China.

El conflicto puede escalar porque China no acepta ni reconoce el arbitraje de La Haya; tiene dimensiones económicas, estratégicas y militares. El gigante económico ha emprendido la construcción de una poderosa armada para extender su influencia en Asía, en el Océano Índico y en África. Xi Jinping, a veces calificado de nuevo Mao por la extraordinaria concentración de poder que ha logrado, afirmó en los dos últimos años la voluntad china de ser el nuevo “Imperio de en medio”, encarnación moderna de un mundo cuyo centro sería China. El imperio chino había impuesto su autoridad sobre un gran círculo de reinos vasallos y tributarios; el nuevo imperio usa de su poderosa arma económica y propone una pax sinica a sus vecinos “por los asiáticos y para los asiáticos”. Como la oferta va acompañada de una creciente afirmación militar, los vecinos se asustan y buscan la protección de Estados Unidos; así, el gobierno japonés intenta acabar con las limitaciones a sus fuerzas militares y Corea del Sur, amenazada por la del Norte, está más aliada que nunca a EU.

África es otra gran apuesta de China que es ahora el primer socio comercial del continente. Sus enormes inversiones en todos los sectores que tienen que ver con materias primas (minas, madera, alimentos) van acompañada de la presencia de más de un millón de chinos en África, y de una pequeña pero significativa implicación militar para dar seguridad a sus intereses y a sus ciudadanos. En los últimos años, el ejército chino ha llevado a cabo dieciséis operaciones pacíficas de evacuación, la más complicada siendo la de 40 mil chinos atrapados en Libia en 2011. En febrero pasado, Beijing anunció la creación de una base militar en Djibuti, su primera base en África. El gran novelista sueco Henning Mankel, quién vivía la mitad del año en Mozambique, señaló hace mucho esa fuerte y creciente implantación china.

¿Habrá en un futuro predecible un choque de trenes entre Estados Unidos y China? No por África; de darse el enfrentamiento sería por el Mar del Sur de China, por el “collar de las nueve perlas”. Ambas potencias temen a la otra. Estados Unidos, presionado por sus asustados aliados asiáticos, están obsesionados por la pretensión china a controlar la navegación en el Mar de China; China denuncia la red de alianzas y de bases militares en Japón, Corea del Sur, Filipinas, la reconciliación entre Vietnam y Washington: se ve cercada y acorralada. El resultado es lo que los especialistas y los historiadores llaman “la trampa de Tucídides”, a saber la idea del gran historiador ateniense, autor de la Guerra del Peloponeso, de que una nueva potencia emergente tiene que chocar con la potencia dominante. De la misma manera que habían chocado Atenas y Esparta, en 1914 chocaron Alemania e Inglaterra, y ahora bien podrían enfrentarse China y EU. Tanto en la Grecia del siglo IV antes de Cristo, como en la Europa de 1914, nadie quiso el cataclismo que causó la “trampa de Tucídides”. Hoy en día, nadie en Washington, nadie en Beijing quiere la guerra, pero, poco a poco, el barril se está llenando de pólvora. Fue la pequeña Serbia que puso a Rusia, luego a sus aliados, en una trayectoria de colisión con el imperio alemán. Nunca falta una pequeña Serbia.

Investigador del CIDE

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