En París, encontré colegas y amigos, los escuché hablar de La situación de Francia: es el título de un pequeño libro provocador publicado por el muy serio Pierre Manent. La situación de Francia no es precisamente buena; un brillante economista me dice que el país se encuentra en una situación pre-revolucionaria, sin que eso implique que venga la revolución; un historiador pesimista evoca la guerra civil por el auge de la derecha radical que recluta entre obreros y jóvenes. Todos hablan del desastre que significa la presidencia de Francois Hollande, el dirigente más impopular de la Quinta República con un 13% de aprobación. Falta un año para las elecciones pero todos están en campaña. El Partido Socialista está en el poder, pero amenazado con una división suicida.

En la red se enfrentan como en un espejo la “fachesfera” y la “yihadesfera” que se parecen demasiado en su violencia y se reúnen en su odio vicioso de los judíos (algo que conocemos también en el ciberespacio mexicano). Inmigrantes, árabes, musulmanes, terroristas… preocupan a los franceses. Muchos creen que los inmigrados —digo inmigrados porque hay pocos inmigrantes, Francia no es tierra de asilo como Alemania o Suecia— les quitan el pan de la boca; muchos confunden Islam y terrorismo; casi todos piden trabajo y seguridad.

¿Quién podrá darles satisfacción en esos dos puntos? A la hora de la globalización, las industrias francesas que necesitaban mano de obra emigraron hacia Asia, África, América Latina y el gran reto del mundo que viene es que no habrá jamás trabajo para todos. La derecha que debería, lógicamente, ganar la presidencia en 2017 (pero no la mayoría en el Congreso) puede fracasar en el intento porque, además de estar dividida, no tiene más programa que el ultraliberalismo económico, algo que los franceses rechazan absolutamente. Para lanzar su precandidatura, Alain Juppé, ex ministro de Jacques Chirac, publicó Por un Estado fuerte. No es nada original, el actual primer ministro socialista, Manuel Valls, ha demostrado ser mano dura, muy dura. Es presidenciable. Su ministro de Economía, el señor Macron, lo es también. Ambos, por su actuación para nada socialista, podrían ganar a su derecha los electores que perderían a su izquierda.

Los franceses, en general, no son “antisistema”, les gusta ser gobernados, mientras los gobiernen bien. Ahora no les gusta que el Estado esté débil y paralizado, sin saber cómo enfrentar los grandes retos del momento.

Me falta mencionar un movimiento parisino que hizo correr mucha tinta: Nuit Debout, Noche de pie. Nació como protesta contra una reforma muy controvertida de la legislación laboral. Supuestamente capitalista, derechista, esa reforma es inevitable en ciertos aspectos y, en efecto, criticable en otros. El movimiento, cuyos participantes son en su mayoría jóvenes, ocupa simbólicamente, incluso de noche, la Plaza de la República, lugar icónico de la izquierda, de la misma manera que el Arco del Triunfo y los Campos Elíseos son el lugar simbólico de la derecha. Nuit Debout ha cumplido dos meses pero no ha logrado extenderse, ni en París, ni en los suburbios, ni en el resto de Francia. Esos jóvenes no tienen más programa que redactar una nueva Constitución. Parecen creer que son el pueblo y, si bien viven sinceramente fuertes emociones, eso no lleva a ningún lado. Su universalismo abstracto no habla ni a los trabajadores, ni a los que buscan trabajo, ni a los jóvenes inquietos de los suburbios, hijos y nietos de los inmigrantes de África del Norte. La izquierda no encontrará su resurrección en un movimiento que proclama Je lutte, donc je suis (“Lucho, por lo tanto existo”). Hermosas palabras, nada más palabras, igual que el extraño manifiesto cuya firma más conocida es la del islamista Tariq Ali: “Noche de pie ensancha el campo de los posibles y permite así a las fuerzas revolucionarias unirse”.

Investigador del CIDE
jean.meyer@ cide.edu

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