El poder de la tecnología y la fuerza de las comunicaciones digitales han penetrado profundamente en nuestra vida diaria, el siglo veintiuno no se entendería sin el internet, en particular sin celulares, porque de cada 100 habitantes 71 poseen un aparato que la mayoría conoce como
smartphone.

Pero paradójicamente, la era de la comunicación ha restringido la conversación de las personas cara a cara, ha disminuido el encuentro fraterno de las familias, de las parejas y de los amigos. Es muy frecuente que en una mesa todos hablen, pero la comunicación es hacia afuera, principalmente en las redes sociales. Las familias no dialogan, las parejas no dialogan, la sociedad y el gobierno no dialogan.

Nos dicen estudios sobre conversación que cuando dos personas hablan, la sola presencia de un teléfono en la mesa o dentro del campo visual de ambos, puede cambiar el tema de la conversación y el grado de conexión que se experimenta, más ahora, con aquello de que se puede espiar a través de los celulares. Cuando un teléfono queda sobre la mesa nos pude producir desasosiego, sabemos inconscientemente que la conversación puede ser interrumpida en cualquier momento. Incluso el teléfono en silencio o vibración puede desconectarnos.

Esta ausencia de diálogo entre las personas nos ha llevado a cerrar los lazos de afecto, a pretender encontrar todas las respuestas de la vida en la red y a divertirnos solo con memes de otros. En la sociedad del siglo veintiuno nos comunicamos, pero no nos escuchamos.

En un mensaje del Papa difundido en el mes de marzo pasado, Francisco asegura que escuchar es el primer paso del diálogo, y que una de las enfermedades más feas de la época actual, es la poca capacidad para escuchar, como si tuviéramos los oídos tapados.

Nos comunicamos con los celulares, pero no escuchamos al más próximo.

La reflexión es para invitar a escucharnos entre el padre y el hijo, entre las parejas, entre los amigos, entre nosotros. El diálogo comienza con el oído —asegura Francisco— hay que destapar los oídos, hay que conversar y ver las expresiones de las manos y de los ojos al conversar, dejar de lado las “emotions” de las redes y vivir nuestras emociones cara a cara, disfrutar de la risa, de los amigos, de la vida misma.

Desde luego que nadie en sano juicio podría negar la utilidad de los teléfonos inteligentes, su inmensa capacidad para hacernos más eficientes en la vida y en los negocios, está claro que el problema no son los smartphones, sino nuestra incapacidad para ser humanos. Vamos a revertir la tendencia, que en nuestra próxima reunión los teléfonos no estén sobre la mesa, sino nuestro deseo de convivir, de comunicar. Vamos a escucharnos.

Vicepresidente de la Cámara
de Diputados

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