Dicen que la nostalgia tiene su poder, el anhelo por algo que ya pasó y cuyo recuerdo nos provoca un leve dolor, nos atrae. Un sabor, un aroma, un objeto que nos transporte al pasado (aunque quizá ese pasado no fue marcadamente mejor que el presente) se vuelve el objeto de nuestro deseo. Por eso, por ese poder, tienen éxito toda una serie de productos y servicios “retro”, que cuestan más, que involucran muchas veces alguna complicación superada ya por la tecnología, o cuya estética llena de errores podría resultar en el demérito objetivo del producto.

Pero no todo necesita ser tan tangible, tan objetivo. Acabo de terminar la serie Stranger Things, confieso que la vi en una sentada, y debo decir que resulta un regodeo de la nostalgia para todo aquel que está, por lo menos, entrado en los 30. Empezando por una de sus protagonistas, una permanentemente dolorosa Winona Ryder, el primer elemento reconocible de nuestras nostalgias, que hace de Virgilio para acompañarnos a las profundidades de la memoria; la serie se desarrolla en 1983 y es una combinación entre la película Cuenta Conmigo, adaptación de la novela El Cuerpo, de Stephen King, una suerte de Alien y algo de E.T. y Amitiville. Es decir, Stranger Things es básicamente una serie de ciencia ficción.

Además de Winona, protagonizan la serie, de ocho episodios, un grupo de niños que rondan los 12 años de edad montados siempre en sus bicicletas Vagabundo, jugando todo el tiempo Calabozos y Dragones, elementos todos que refuerzan la empatía para con el espectador tocado ya por su infancia.

La estética ochentera de Stranger Things inicia desde la secuencia de apertura: la tipografía, música e incluso la técnica (que incluyó el uso de papel acetato y una linterna roja) son una gozada. La banda sonora, que tiene como eje a The Clash, va desde Peter Gabriel hasta Joy Division.

Sin embargo, Stranger Things, de tan entrañable que pretende ser, roza los bordes del lugar común, y más allá de la evocación de recuerdos queda siempre una sensación de haber visto ya (en la peor acepción) todo aquello, por lo que, también es cierto, cuesta al principio aceptar el cliché; una vez superado se puede entrar en la convención sin culpas. Citando a Gabo, uno piensa confusamente cuando es capturado en la trampa de la nostalgia.

Stranger Things es una serie exclusiva de Netflix, no porque sus creadores se lo plantearan así desde el principio. La serie probó suerte, sin éxito, en las principales cadenas de televisión norteamericanas; nadie creyó que una historia ochentera de Sci Fi, de niños para adultos, fuera a obtener el éxito que consiguió. Stranger Things es sin duda el fenómeno televisivo del año y tiene asegurada ya una segunda temporada.

Stranger Things dista de tener un guión impecable, las mejores actuaciones o una producción envidiable; faltan elementos, sobran otros y quedan algunos hilos sueltos. Al final nada de eso importa, son las cosas extrañas que tocadas por la nostalgia nos resultan en un muy particular “arte fallido”, pero hermoso.

@Lacevos

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