Quizás haya quien recuerde que Chirinos (no el político aquel, sino un personaje del Retablo de las maravillas, el entremés escrito por don Miguel de Cervantes) se queja ante el gobernador de la abundancia de “poetas” diciendo que “quitan el sol y todos piensan que son famosos”.

De haber vivido Chirinos en el veintiún siglo mexicano, esa analogía con los parasoles habría sido poca cosa. La ingenua facilidad con que la gente se autonombra poeta entre nosotros es espectacular. La gente se declara poeta en las redes atrapantes, en el “conversatorio”, la mesa redonda, el coloquio. “Erick Mao Talamantes. Poeta”, firma uno. “Clodia Adelina Pichardo, poeta”, se presenta otra. Sus cartas credenciales: el espectorante poemita provinciano.

Mi falsa poeta preferida, sin embargo, no es mexicana, sino nicaragüense: doña Rosario Murillo, ideóloga lirida y mandamás por pegote, cónyugue que es del perpetuo camarada Daniel Ortega, presidente ya sinceramente vitalicio de aquel edén subvertido. Pues bien, en las recientes elecciones (de algún modo hay que llamarlas) del país hermano, en las que triunfó estrepitosamente el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), la poeta Murillo transitó oficialmente de ser primera dama a ser vicepoetidenta.

Pues como es de todos sabido, el FSLN lleva de líder vitalicio al comandante Daniel Ortega, quien fue presidente de 1985 a 1990, luego volvió a ser presidente en 2007, y luego en 2009 modificó la constitución para reelegirse en 2011, y luego en 2014 la reformó de nuevo para permitir la “reelección indefinida” en 2016 y ¿qué creen? Pues ganó y puso de vicepresidente a su señora esposa compañera y camarada de todos mis respetos. Indefinidamente.

Pero aún así, antes que primera dama, y antes aún que vicepresidenta, la señora Murillo –ambulante museo jipi que entre aretes, collares y anillos carga su propio peso en ópalos y turquesas, ágatas y malaquitas– insiste en que ella, lo que es ella, es poeta, una poeta madre de Nicaragua que conduce a su pueblo hasta la victoria siempre nomás faltaba. (Me intriga eso de ir “hacia la victoria siempre”, pregón del eterno compañero Fidel. Una inminencia perpetuada –es decir, inalcanzable– que es el equivalente izquierdozón de otro Fidel no menos eterno, el mexicano
Velázquez, inventor del “futuro promisorio”. ¿A dónde va Nicaragua, oh sandinistas? Hasta la victoria siempre. ¿Y México? Pus al futuro promisorio.)

Y entonces ocurrió que Rosario Murillo, nodriza oficial de Nicaragua –y madre legal de su hija Zoilamérica (sic), a quien su padrastro el presidente Ortega solía violar en sus ratos de ocio (como ha narrado Vargas Llosa)–, un buen día “vino a dar en el más extraño pensamiento” y se declaró tan poeta como Rubén Darío y entonces laa Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura –¿quién lo diría?– procedió espontáneamente a coronarla Poeta de la Patria (mientras su marido perseguía a Ernesto Cardenal y a Sergio Ramírez y a otros malos escritores).

“La Chayo”, como la llama cariñosamente su pueblo sojuzgado por su arte, comenzó a decorar las actividades revolucionarias con poemas alusivos (hay que verla en youtube: no tiene pierde). Hace unos meses, a raíz del centenario de Rubén Darío, publicó un decretó que dice textualmente: “Honramos a Rubén en su Inequívoca Dimensión de Ciudadano Nicaragüense y Universal, Nuestroamericano y Europeo, Soñador de la Patria Grande, Culta, Cultivada, Rica en Tradición, en Luz, en Vigor”. El mismo decreto promulgó que el año 2016 sería el del “Sol que Alumbra, las Nuevas Victorias” (sic).

Poco después, frente al gobierno y militares y pueblos nicaragüenses, Rosario Murillo dijo un poema en el que se abrazan Sandino y Rubén Darío (que, se entiende, era sandinista sin saberlo). Es un poema intenso: “Sandino y Darío/ volcados en la empapazón”, dice una estrofa. “Darío y Sandino/ sueñan en el chiflón”, dice otra. Y al final, el himno a “esta Nicaragua Libre/ Decoro y Libertad/Patria y Libertad” hasta la etcétera siempre…

¿En qué continente estamos, Agripina?

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