Hoy cambiaré la temática que normalmente hago, pues en reuniones con amigos he notado una ansiedad colectiva: la posibilidad de que Donald Trump gane las elecciones estadounidenses. Para evitar caer en pánicos mediáticos conviene mirar la campaña en sus justas dimensiones y entender los varios filtros institucionales de EU, que hacen de Trump una pequeña posibilidad y no una certeza.

Para empezar, su peso electoral no es tan grande como se piensa. En EU hay 50 estados con 323 millones de habitantes, de los cuales 219 podrán votar. Actualmente, de 100 millones de demócratas y republicanos que ya han tenido la oportunidad de sufragar en 33 estados, más de 20 millones votaron en las elecciones republicanas, en las que Trump ha obtenido tan sólo 7 millones de votos. Además, de acuerdo a CBS-NYT, la gran mayoría de los republicanos ve, con Trump, una campaña cínica de miedo y odio.

Estados Unidos es una nación compuesta por inmigrantes; como la misma familia Trump, por lo que es una hipocresía y un despropósito atentar contra uno de sus pilares económicos y culturales.

Ahora bien, por la diferencia con su contendiente republicano más cercano, es posible que no alcance los delegados necesarios, entonces el partido declararía una convención abierta a cualquier republicano, pero esa sería otra historia. Al respecto, Trump ha amenazado que si no es nominado, habrá disturbios. En pocas palabras, sabe de su debilidad política e intenta llegar por el miedo, no por el convencimiento.

Suponiendo que Trump llegase a la elección presidencial se tendría que enfrentar a Clinton o Sanders, que al contrario de Trump, poseen amplia experiencia política, elemento clave para atraer mayor número de votos en la elección, según un estudio de Princeton. Ya hoy, Clinton tiene 28% más votos directos que Trump. En este escenario lo más factible es que los demócratas retengan la presidencia.

En cualquier caso y afortunadamente, al igual que México, Estados Unidos es una democracia con contrapesos que cualquier presidente tiene que sortear para llevar a cabo sus propuestas; y que seguirán funcionando aun si Trump llegara a ser electo.

Tenemos ejemplos de políticas y acciones promovidas por el Ejecutivo que se estancan en el Legislativo, desde el Obamacare, la reforma migratoria e incluso la designación del embajador en México, y si eso pasa con buenas y necesarias propuestas, más fácil pasará con locuras o aberraciones que pongan en peligro a su vecino y por ende a sí mismo.

La historia de EU ha sido una lucha por la libertad, igualdad y progreso: desde Washington hasta Kennedy o Clinton, sin dejar de lado a Lincoln y activistas como Luther King y Malcolm X. Una nación progresista que busca cerrar el último ciclo de la Guerra Fría en Cuba y que podría elegir a su primera mujer como presidente, lo que es discordante con un retrógrada, violento y fanático que ve el futuro por el espejo retrovisor.

Los mexicanos no tenemos que preocuparnos. El gobierno del presidente Peña Nieto será respetuoso de la decisión política que tome el pueblo estadounidense y buscaremos trabajar juntos en aras del bienestar para ambas naciones. Estemos tranquilos, estoy seguro que los estadounidenses son mucho más que alguien como Trump.

Coordinador general de Puertos y Marina Mercante

guillermo.ruizdeteresa@yahoo.com

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