El próximo viernes Donald Trump tomará posesión como presidente de Estados Unidos. Con ello, México empezará a enfrentar uno de los retos más importantes de las últimas décadas, ya que Trump ha sido abiertamente hostil hacia México y los mexicanos. Este comportamiento ha sido especialmente claro con respecto a los migrantes mexicanos que residen en Estados Unidos, a quienes ha descrito como criminales, pero también lo es en contra del resto de los mexicanos, ya que él considera (erróneamente) que nos hemos beneficiado desproporcionadamente del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) a costa del bienestar de los estadounidenses.

Las amenazas de Trump han sido múltiples: construir un muro en la frontera, cancelar o renegociar el TLCAN, usar las remesas de los trabajadores mexicanos para financiar la construcción del muro, gravar las importaciones de autos producidos en México, etcétera. Sus amenazas no parecen ser meramente retóricas, ya que también ha presionado a empresas que invierten en México, como Ford y Toyota, entre otras.

Ante tal reto, en México se ha iniciado una deliberación sobre cómo enfrentar esta situación desde diversos ámbitos, incluyendo, entre otros, el punto de vista comercial y económico. En este aspecto, la elección de Trump es para muchos una aberración: algo que no debió de haber ocurrido. Para esta interpretación, el comportamiento de los votantes norteamericanos les resulta inexplicable e injustificable. No entienden cómo es posible que los habitantes del llamado Cinturón del Óxido (Ohio, Michigan, etcétera) pudieron haber votado por alguien como Trump. No aceptan la lógica Trumpiana de interpretar al libre comercio como un juego de suma cero, en la que lo que ganan unos lo pierden los otros. Por ello, en esa lógica, proponen hacer como si lo de Trump fuese un caso aislado. Sugieren, por ejemplo, que en México se apruebe de inmediato el Tratado Transpacífico (TPP) para demostrar que, contrario a él, nosotros sí estamos comprometidos con el libre comercio y así tratar de presionar, junto con otros países, a que se sigan abriendo mercados y sectores en la economía mundial. No importa, dicen, que aprobar el TPP sea inútil (ya que sin Estados Unidos el tratado no podrá entrar en vigor). Lo importante, según este enfoque, es demostrar la convicción aperturista.

Esta visión, sin embargo, no repara en algo: lo de Trump no parece ser un caso aislado. Las razones de fondo detrás de su elección parecen tener algo en común con la decisión de los votantes del Reino Unido para salir de la Unión Europea: la insatisfacción de algunos sectores de la población con los resultados de la globalización. Si los beneficios de ésta no se distribuyen de manera equitativa, ¿por qué algunos querrían seguir apoyándola de manera irrestricta? En ese sentido, es posible que estemos ante un cambio de época y ante el cual deberíamos prepararnos para enfrentarlo: así como en los años ochenta hubo un giro fundamental en las políticas públicas a nivel internacional de la mano de Margaret Thatcher y de Ronald Reagan, así ahora podemos esperar un giro en donde los representantes ahora sean Donald Trump y el Brexit.

Así, lo que podemos esperar de ahora en adelante es una pausa en la apertura comercial a nivel mundial. No podemos seguir actuando como si nada hubiera pasado. Esto no necesariamente quiere decir que las economías empezarán a cerrarse. Lo que quiere decir es que la apertura no podrá continuar como hasta ahora, es decir, sin hacerse cargo de los costos y las inequidades internas que genera. Esa es la gran demanda detrás del Brexit y de la elección de Trump. Por ello, ya no podemos apostar en México a seguir basando nuestro crecimiento únicamente en las exportaciones y en el mercado externo. Es previsible que este mercado se empiece a expandir a un ritmo menor de lo que había sido hasta ahora (y que de por sí había sido insuficiente para convertirse en un verdadero motor de la economía mexicana). Por ello, de aquí en adelante nosotros también deberemos apostar a fortalecer el mercado interno. Es algo que ya no podemos posponer. Esto implica, por un lado, fortalecer la capacidad de compra de los hogares y de inversión de las empresas y, por el otro, mejorar la eficacia y eficiencia en la inversión pública. No hay de otra. El cambio de época ya llegó.

Economista.

@esquivelgerardo
gesquive@colmex.mx

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