Durante 23 años, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha sido un hilo conductor del desarrollo económico en los países de nuestra región. Tanto Canadá, como Estados Unidos y México, hemos visto en los consumidores y en las cadenas de valor las principales vías para reforzar el modelo de la economía de mercado y la eliminación progresiva de barreras al comercio.

Es innegable que el Tratado es uno de los andamiajes comerciales más importantes en la historia de nuestro país. La evidencia está en el aumento que entre 1994 y 2015 permitió a las exportaciones mexicanas elevarse hasta un 525%, aunque este tipo de logros han sido señalados como uno de los propios detonantes para su revisión.

Más allá del intercambio que el TLCAN ha propiciado para llevar al comercio trilateral a crecer en un 128% a partir de su entrada en vigor, este instrumento ha derivado en formas de cooperación nunca antes vistas en nuestro continente. Tal es el caso de la Cumbre de Líderes de América del Norte, mecanismo que promueve mayor integración regional, y cuyo futuro es aún incierto.

Según las peroratas del mandatario estadounidense, por dos décadas nuestro país se ha beneficiado del TLCAN. Y es cierto, pero olvida que Canadá y Estados Unidos también se han beneficiado. Sin embargo, parte de nuestra realidad en comercio exterior es que México lo ha pagado al descuidar los otros 12 tratados comerciales vigentes con 46 países, apostándole únicamente a la inercia sobre la que se ha erigido su relación con EU.

Tras meses de tormentas mediáticas, financieras y monetarias, llega el tiempo de buscar una negociación razonada. Al fin, el pasado 18 de mayo, el gobierno estadounidense notificó al Congreso su voluntad por iniciar la renegociación con México y Canadá.

Esta es la oportunidad para demostrar nuestra capacidad de cabildeo de alto nivel, con emisarios hábiles que defiendan el interés nacional, y cuiden que al replantear el tratado se genere ventaja en ciertas áreas sin perder lo ya conquistado en otras. Temas como la movilidad laboral, los procedimientos aduaneros o las reglas de origen, y desde luego, los incluidos en el fallido Tratado de Asociación Transpacífico, no pueden quedar fuera de la discusión.

Sin dejar de lado los intereses de grupos industriales, recordemos que de 100% las empresas del país, las PYMEs representan 99.8%, generan 52% del PIB y 72% del empleo nacional. Es imperativo mejorar los marcos internos que favorezcan la libre competencia y la participación de los sectores olvidados mediante políticas públicas que fomenten el emprendimiento, particularmente ante una revolución tecnológica que cada vez más tiende a sustituir la mano de obra.

A pesar de lo mucho que ofrece nuestro territorio, la dependencia agroalimentaria con Estados Unidos es alarmante. Una verdadera renegociación deberá incluir procesos de modernización y creación de infraestructura tecnológica para el campo. México debe pasar de ser un país que provee recursos, a la innovación industrial. Es inadmisible que importemos de Iowa, Kansas y Texas más de 90% del grano de maíz que consume el país.

La renegociación del TLCAN presenta una gama de posibilidades que bien pueden culminar en un acuerdo que favorezca no sólo a uno de los tres socios, sino a la consolidación de Norteamérica como una región próspera, competitiva y dinámica. A la par de proyectar fortaleza y unidad, nuestros países deben tener el objetivo último de generar beneficios tangibles y sostenibles para las personas.

Este proceso demandará también la ejecución de políticas de Estado —no sólo de Gobierno— para mejorar el ambiente de negocios en México y solucionar de fondo los problemas al interior del país, como la impunidad, la violencia, la corrupción y la falta de credibilidad en las instituciones, que socavan nuestra legitimidad en el exterior.

Senadora por el PAN

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