No son tiempos fáciles para ser migrantes. Quienes por una una u otra razón dejan atrás familia y comunidad enfrentan enormes retos y obstáculos, nada hay de nuevo en eso. Ahora se topan con una barrera aún más grande: la que se edifica en las mentes de millones por el odioso discurso de la discriminacion y la xenofobia.

La historia de la migración es la historia de la humanidad. La conquista del mundo por el ser humano se da gracias a los grandes y pequeños flujos humanos que anteceden a la civilización misma, a la historia formal, a las religiones. El Antiguo y el Nuevo Testamento están llenos de relatos de migrantes, al igual que el Corán. Y si las tres grandes religiones de Occidente nos regalan esas historias de inspiración, las de Oriente no se quedan atrás. La divinidad acompaña, es parte intrínseca de los viajeros.

¿No es usted religioso, querido lector, lectora? La literatura universal está repleta de crónicas de quienes han decidido emprender la aventura máxima. Y si los libros no son lo suyo, la música y las artes son también fuente inagotable de ejemplos de cómo los migrantes enriquecen las culturas, las sociedades a las que arriban.

¿Tampoco le interesan la literatura y las bellas artes, o le parecen superficiales? Además de mi sentido pésame, le sugiero que voltee a ver a la medicina, las ciencias, la arquitectura, la economía, la sociología, o a cosas mucho más mundanas, como la gastronomía y la moda. Y de tecnología mejor ni hablemos, porque la proliferación y la extensión de los grandes avances tecnológicos se agradece también a inventores, descubridores que han esparcido sus ideas y conocimientos por todo el mundo.

Nada de eso importa a los demagogos que han sabido explotar los temores y la ignorancia popular para atizar los sentimientos en contra de los extranjeros, de los que profesan otras creencias, de los que son distintos.

La receta es muy fácil. La naturaleza humana está programada a rechazar al ajeno, al extraño. La supervivencia de las primeras comunidades, las más antiguas y primitivas, dependía en buena medida de la expansión de los genes propios y la exclusión de los de los rivales y competidores. Lo mismo en humanos que en otras especies, el instinto natural no es el de la propagación de la especie, sino la del ADN de cada quien, y del individuo al grupo familiar y social compacto. Así se entiende mejor la disposición al parecer innata de los humanos a excluir a quien se ve, se oye, se huele, se comporta diferente, al que se sale de la norma generalmente aceptada.

Es una gran paradoja que los humanos sean simultáneamente aventureros, viajeros, colonizadores, comerciantes, exploradores. Esa combinación de ansiar la expansión de sus círculos concéntricos y de rechazo a lo diferente le pone la mesa al racismo y discriminacion.

Para donde dirija uno la vista hay historias aterradoras de lo que le sucede a los migrantes en todo el mundo. Independientemente de las razones que los impulsan a dejar todo, a veces por voluntad propia, a veces obligados por las circunstancias, se topan con frecuencia con que la travesía es peor aun que la terrible realidad de la que escapan, y que su arribo es todavía más ingrato.

Lo mismo en EU con el aberrante discurso que Donald Trump propaga, o en Venezuela con las tácticas de la policía de Maduro contra los colombianos, que recuerdan a los pogromos rusos o a las redadas nazis, o en Europa donde los accesos al viejo continente se han convertido en cementerios (mueren en promedio diez migrantes al día tratando de entrar a la Unión Europea), la realidad de los migrantes es hoy de pesadilla.

Todos la condenamos de dientes para afuera, todos replicamos las mismas conductas odiosas con quienes vemos como diferentes, inferiores, indignos de un trato humano y decoroso. Mientras eso no cambie, el mundo seguirá siendo un horror para los valientes que se lanzan a recorrerlo.

Analista político y comunicador.
@gabrielguerrac

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