Las transiciones a la democracia concluyeron hace más de una década. Hay que persuadirnos que desde entonces no tiene sentido hablar de tránsitos ya hechos. Ahora debemos referirnos al desempeño de los gobiernos en los regímenes democratizados. El asedio a la democracia en los países en los cuales más o menos se arraiga ya no proviene del despotismo sistémico sino de la irresponsabilidad y la incompetencia en el gobierno y los poderes del Estado. Es la forma de ejercer el poder, no cómo se llega a él lo que hoy por hoy importa. Otra cosa son las regresiones de la democracia al autoritarismo, y este es el otro tema que nos debe preocupar.

Régimen y gobierno son dos cosas distintas. En el lenguaje ordinario suelen asimilarse: el régimen del presidente fulano o el gobierno de la ministra mengana. Pero son dos cosas muy diferentes. Un régimen establece las reglas mediante las cuales se adquiere y se ejerce el poder. Un gobierno es una administración regulada por un régimen en un periodo determinado. Lo que ha hecho Erdogan en Turquía no es un cambio de gobierno sino un cambio de régimen para perpetuar en el poder a su gobierno. Le estorba el régimen democrático de corte parlamentario y por eso ha conseguido de la mayoría la autorización para hacerlo presidencial, concentrado y vertical. Lo que envenena la democracia en México no es un gobierno en particular, sino el régimen político que moldea lo que pueden y no pueden hacer sus gobiernos.

Cuando en México en 1996 tuvo efecto la democratización del régimen se hizo posible elegir gobiernos democráticamente. Se modificó el régimen político aunque el gobierno en turno siguiese hasta 2000 en el turno. El primer resultado del nuevo régimen fue el cambio de composición de la Cámara de Diputados en las elecciones de 1997, en las que el partido hegemónico perdió su carácter, es decir, perdió la hegemonía. El segundo fue la alternancia en el año 2000. Entonces muchos pensamos, acertadamente, que este cambio permitía a los electores distribuir el poder entre opciones diversas que podrían abrir el paso a la expresión y autogobierno de una sociedad que había sido políticamente oprimida. Pero las opiniones sobre las consecuencias de este hecho eran diferentes, inclusive del lado “democrático” y en los diversos partidos. Para unos era necesario profundizar el cambio de régimen. No bastaba un cambio de partido en el gobierno como expresión de nuevas reglas de acceso al poder. Para otros, un gobierno de la otrora oposición podía contagiar nuevas y buenas prácticas democráticas a las viciadas estructuras del sistema hegemónico. Pero fue al revés; las viejas prácticas infectaron a los nuevos gobernantes y a sus partidos políticos. La democracia no cambió las valencias del Estado y éste no se ha desempeñado adecuadamente para beneficiar a los ciudadanos. Ocho gobernadores en fuga o acapillados no dan margen a la equivocación. De ahí el desprestigio de la política y la rendija por la que entra la demagogia populista.

El fenómeno es muy extendido. Un número muy grande de regímenes democráticos están haciendo agua: Estados Unidos, la mayor parte de los latinoamericanos, Rusia y otros de sus satélites, Turquía ya mencionada y algunos de creciente inestabilidad en Europa, especialmente los mediterráneos. Pero si bien el mal tiene residencia en México, atender la inconsistencia de los regímenes democráticos es una necesidad a la que no se presta atención. El desbordamiento de las normas, éticas y políticas, que en los regímenes democráticos contrapesan y moderan el poder, debe preocupar a todos. ¿De dónde salen los resortes que llevan a gobiernos a minar los regímenes democráticos que los prohíjan? Vale colocar esta pregunta en el centro de la reflexión sobre la vida en común.

Director de Flacso en México.
@ pacovaldesu

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