Hacia el final de un texto memorable, De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad, Yuval Noah Harari señala: “…y sobre todo, debemos saber qué queremos desear” (“what do we want to want?”). Se refiere a decisiones que deberemos tomar tarde o temprano para perpetuarnos como especie. La humanidad ha descubierto cómo modificarnos y aun destruirnos mediante la ciencia. El rasgo distintivo más acusado de los últimos 500 años es la conciencia de la ignorancia que, contra el saber religioso tradicional, admite no tener respuestas a las preguntas que se plantea la inteligencia. Desde entonces, el esfuerzo humano por conocer lo que es y lo que le rodea es objeto de investigación científica y reflexión humanística.

La ciencia sobre la materia y la ciencia sobre el ser humano son la clave del dominio de la naturaleza, del dominio de sí mismo y del control de las consecuencias de la acción sobre naturaleza y sociedad. Sin ellas no hay futuro. Pero los liderazgos tradicionales no proveen. La política está desprestigiada porque no produce futuro, no genera esperanza, no alimenta el entusiasmo por ser algo mejor de lo que somos actualmente. Por todas partes se imponen utopías regresivas. Eso que se ha dado en llamar “populismo” es, sobre todo, eso: vueltas en “u”, nostalgias del pasado, “volver a ser grandes”, “recuperar” el proyecto de “nación”, recobrar la identidad perdida en medio de tanta variedad de lenguas, culturas y subculturas, hacer de nuevo parejo lo chipotudo que no se aguanta, guardarse con los propios de los incómodos ajenos.

No se alienta el saber sobre lo que queremos desear, sino el desconcierto ante lo incomprensible de las posibilidades del presente. Los viejos estamos desconcertados, los jóvenes no saben para dónde jalar y los niños tienen un futuro catastrófico. Y esto ocurre al mismo tiempo que la humanidad cuenta con los mayores medios científicos y técnicos que hayan existido para garantizar la supervivencia con bienestar y con cuidado de los bienes comunes.

No puede sino afirmarse que estamos en un entredicho descomunal. Alguna vez Einstein dijo “dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo, y no estoy realmente seguro de lo segundo”. El ideal democrático es el entendimiento humano para edificar una sociedad solidaria con noción de futuro. A la política se le pide intermediación para conseguirlo, pero sólo un puñado de estadistas nos han empujado en alguna dirección deseable. De cuando en cuando aparecen insensatos y criminales que dicen tener la respuesta y nos llevan a la violencia, a guerras y a retrocesos. Deshacerse de ellos es carísimo en vidas y haciendas.

¿Es demasiado exigir buenos gobiernos, estados responsables, sociedades solidarias? Así como las ciencias de la vida han descubierto el genoma y, por tanto, las posibilidades de manipular las mutaciones del hombre y de la naturaleza, la filosofía y las ciencias sociales han propuesto cómo llevar la sociedad a mejores estadios. ¿Acaso es imposible reducir la desigualdad y la pobreza, desarrollar una economía sustentable, mejorar el entendimiento internacional?

Necesitamos futuro, esperanza de que las cosas pueden mejorar, de que los jóvenes y niños de hoy pueden vivir en un mundo menos malo. Sí es posible construir utopías realistas en vez de regresiones nostálgicas, pero ese camino requiere una política responsable que valorice los intereses comunes con objetividad, sin sectarismo, y más allá de geometrías políticas encerradas en la pugna del poder por el poder. Eso podríamos “querer desear”.

Director de Flacso en México. @pacovaldesu

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