Históricamente la humanidad ha enfrentado el desafío de alimentar a una población creciente. En los últimos 70 años la población en el mundo se ha multiplicado por tres y la oferta per cápita de alimentos ha aumentado en un 40%.

Sin embargo, lo ha hecho utilizando un paradigma de intensificación productiva que está conduciendo a límites en los recursos naturales y los sistemas ecológicos: suelos, agua, bosques, biodiversidad, recursos pesqueros. Lo ha hecho a costa del ambiente natural.

Este paradigma nos ha conducido a lo que se conoce como la paradoja de la abundancia: no falta comida en el mundo, sin embargo, persiste el hambre y la malnutrición. Hacia 2050 habrán de alimentarse nueve mil 500 millones de personas, para lo cual habrá que producir 60% más de alimentos, pero deberá lograrse con menos suelos, agua y biodiversidad, y deberá hacerse mitigando y adaptándose al cambio climático.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) considera indispensable cambiar la forma en que se producen los alimentos, mediante la adopción de prácticas de gestión sostenible de los recursos naturales y los ecosistemas, así como la reducción de su huella ecológica.

Para ello es indispensable reforzar las conexiones positivas que debe haber en un sistema alimentario sostenible, entre la agricultura y el medio ambiente. Cultivar y preservar deberá ser el modelo de la agricultura en los próximos años, lo que exigirá un cambio profundo en los modelos de producción. Podríamos afirmar que hoy el campo no es sostenible.

Los desafíos están en mejorar la productividad agrícola en forma sostenible, garantizar una base sostenible de recursos naturales y erradicar el hambre y todas las formas de malnutrición.

El objetivo de la FAO es crear un mundo libre de hambre y malnutrición en el que la alimentación, la agricultura y el medio ambiente contribuyan a mejorar las condiciones de vida de todas las personas, en especial de los más pobres, de forma económica, social y ambientalmente sostenible.

Es para alcanzar esa visión compartida que la FAO, a partir de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Río+20), promueve y facilita un diálogo regional que haga converger las políticas agroalimentarias y ambientales hacia una agricultura con base ecológica.

Las Directrices Voluntarias para Políticas Agroambientales son un resultado de este proceso de diálogo regional en el que México ha tenido un papel de liderazgo en todo este proceso y ha asumido el cumplimiento de estas Directrices Voluntarias como un compromiso, que está llevando a la práctica tanto en el campo de las políticas públicas como en el ámbito legislativo, que busca darles a estas políticas una dimensión de Estado.

Ha sido México, a través de la Comisión Nacional para el Uso y Conocimiento de la Biodiversidad (Conabio), quien promovió la presentación de estas Directrices Voluntarias en la reciente COP-13 de Biodiversidad, celebrada en Cancún en Diciembre de 2016, evento que fue aprovechado para formalizarse un convenio entre las Secretarías de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), y de Medio Ambiente (Semarnat) con el objetivo de alinear sus políticas y los incentivos que otorgan sus programas a los productores del país.

Hace solamente algunos días atrás el Presidente de la República dio instrucciones a la Sagarpa y Semarnat para que preparen una iniciativa de ley que permita armonizar las políticas públicas con los objetivos de cuidar la biodiversidad y generar mayor productividad agrícola con la diversificación de cultivos.

México va por el camino correcto para lograr esta meta.

Representante de la FAO en México

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