Sin duda uno de las características de nuestro tiempo globalizado es el descontento social, respuesta al mal funcionamiento de los sistemas políticos y económicos caracterizados por la desigualdad social. En palabras del Joseph Stiglitz, Premio Nóbel de Economía, en el mundo el 1% de la población concentra lo que el 99% necesita. Ese es el nivel de concentración de la riqueza y de la desigualdad en el mundo y en México. América Latina y el Caribe se caracterizan por ser la región más desigual del planeta.

John Kenneth Galbraith, economista y asesor de John F. Kennedy, criticaba duramente en los años noventa al gobierno de Estados Unidos —entonces encabezado por George Bush— porque creía que el mercado era dios, que todo lo arreglaría automáticamente a través de la oferta y a demanda. Mientras los Estados, en el mundo del capitalismo globalizado, abandonaban su papel de regulador y su función de crear equilibrios para defender y desarrollar el llamado Estado de Bienestar. Advertía Galbraith que esas políticas estaban llevando a las economías a niveles de concentración de la riqueza insostenibles. Respecto al llamado neoliberalismo económico, consideraba que la economía estadounidense jugaba a la ruleta, como en un casino, lo que presagiaba una crisis mayor que la de la Gran Depresión. La crisis llegó en 2008, algunos consideramos que nuevas políticas podrían llevar a poner cierto orden, a limitar las grandes concentraciones, pero la triste realidad es que el mercado favoreció a los grandes capitales, los grandes bancos salieron nuevamente fortalecidos e iniciaron su recuperación con las enormes ganancias que les permitió el mercado. La desigualdad en el mundo globalizado creció y se fortaleció mientras las protestas sociales aumentaron.

Ningún sistema económico había llegado a los niveles de concentración de la riqueza a que ha llegado hoy el capitalismo globalizado. Ahí está el origen del malestar social que se vive en prácticamente todos los países del planeta y en particular en América Latina y el Caribe. Los Estados abandonaron o disminuyeron drásticamente su papel regulador, dejando la economía en manos de los mercados y del dinero que podrían resolverlo todo, o casi. No fue así.

Los resultados están a la vista, se alcanzaron niveles tan grandes de desigualdad mayores que los del siglo XIX con el naciente capitalismo y la llamada acumulación originaria. En el mundo e hoy, 1% de la población concentra el 99% de los ingresos.

De ahí la importancia de los planteamientos que a lo largo del desarrollo del 36 Periodo de Sesiones ha venido haciendo la CEPAL encabezada por Alicia Bárcena. Entre los que destaca la necesidad de impulsar la educación para reducir el crimen y de extender la seguridad social en América Latina y el Caribe. En particular, el planteamiento le viene bien a México. Es cierto que se han dado pasos importantes en relación con lo que el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto ha definido como la necesidad de avanzar hacia la cobertura universal de salud, bien por la incorporación de los estudiantes de educación media y superior al IMSS o por la ampliación de Seguro Popular. Son pasos que requieren grandes inversiones sociales. No se puede hacer más con menos o más con lo mismo. Recuperar las instituciones del Estado de Bienestar es hoy no sólo una necesidad sino una urgencia.

En relación con la situación de los jóvenes y de los adultos mayores en México, los planteamientos de Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la CEPAL, son más que pertinentes. “El narcotráfico está ganando con el bono demográfico en México y en Centroamérica”. Es posible desarrollar políticas para atender las necesidades de los jóvenes, fundamentalmente ubicadas en la educación y las oportunidades de empleo. En relación con México consideró que la población está envejeciendo sin contar con protección social, “llegar a viejos sin tener seguro social, educación ni pensión va a ser un gran desafío para la política pública”.

Las políticas públicas en México debieran tener como tema transversal, acciones para reducir la desigualdad e impulsar un desarrollo verdadero y socialmente sostenible. No hay mayor antídoto contra el malestar social que las políticas de un verdadero Estado de Bienestar, comenzando hoy mismo. Es un asunto de justicia social e incluso de fortalecimiento de la gobernabilidad y reducción de la delincuencia.

Periodista y analista internacional

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