Mentalidades como la del ex presidente Álvaro Uribe explican que Colombia ostente el dudoso honor de tener la guerra más prolongada del Continente Americano. Este oscuro personaje que quiso ejercer una suerte de maximato, pensando que podría manipular a su sucesor en la Presidencia colombiana, fue el principal artífice del voto contra la paz. Durante los últimos cinco años, Uribe y el presidente Juan Manuel Santos han protagonizado su propia guerra personal. Uribe es de los que no cree que la paz pueda alcanzarse en una mesa de negociaciones, que no hay sustituto al uso de la fuerza para acabar con el conflicto. El presidente Santos pensó, de manera pragmática, que si la vía armada no ha surtido efectos en más de medio siglo, había que buscar un camino distinto. Santos acercó a Colombia a la paz más que ninguno de sus predecesores.

El ego inflado de Álvaro Uribe no podía digerir la posibilidad de que Santos se alzara con el triunfo histórico de restaurar la paz en Colombia. Uribe siempre percibió a Santos como una hechura política de él, su empleado, alguien que debería dar continuidad a su gobierno, carecer de iniciativas propias y conformarse con calentarle la silla presidencial mientras el pueblo volvía a pedirle que, por favor, volviera a gobernarles. Ante las intromisiones constantes de Uribe, Juan Manuel Santos decidió ignorarlo con un memorable mensaje de Twitter en que le decía “eres un periódico de antier”.

El error de Santos fue subestimar a su antecesor. Mientras que Santos se ocupaba de las negociaciones con las FARC en La Habana, Uribe hacía labor de zapa, envenenando el ambiente contra los acuerdos de paz.

Las razones expuestas por Uribe, que muchos colombianos terminaron aceptando en el plebiscito, se centraron en rechazar cualquier forma de amnistía y perdón para los militantes de las FARC. ¿Por qué —se preguntaba— la sociedad colombiana debía exonerar a un grupo de guerrilleros que había cometido tantos asesinatos y secuestros, que se había coludido con los capos del narcotráfico? La respuesta más contundente a esta pregunta la recibió Uribe en las zonas más afectadas por la violencia. En esas regiones, la gente voto a favor de la paz porque están hartos de la violencia. Curiosamente, el voto en contra de los acuerdos fue mayoritario donde la influencia de la guerrilla era menos relevante.

Las guerras no tienen más que tres formas de terminarse: me ganas, te gano o negociamos. En la medida en que las FARC no podían derrotar al gobierno, ni el gobierno a la guerrilla, Santos ensayó la única alternativa a la mano: la negociación. Y para que dicha negociación prosperara cada parte tenía que hacer concesiones a sus enemigos. Los guerrilleros, claramente, no aceptarían un ingreso automático a la cárcel. Entregarse a la justicia no era opción. La oferta del gobierno fue que a cambio de la paz, los guerrilleros se convertirían en movimiento político. De ahí surgió la demanda guerrillera de que se les asignaran diez asientos en el Congreso.

Como resultado del plebiscito del domingo pasado, el gobierno podrá decirle con claridad a las FARC que sus condiciones no fueron aceptadas por la población. Así las cosas, la guerrilla tendría que disminuir sus pretensiones, incluyendo la posibilidad de que a algunos de ellos los lleven a juicio o que renuncien a contar con presencia en el parlamento. Lo más probable es que rechacen ambas alternativas y amenacen con prolongar el conflicto. Frente a este escenario, el señor Uribe tendría la obligación política y moral de presentar una alternativa viable. En el fondo será la única receta que conoce: que siga la guerra.

Internacionalista

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