Actualmente, para vivir tranquilo en Estados Unidos, conviene no ser negro... ni blanco, preferentemente tampoco latino, menos aún homosexual y desde luego y totalmente inapropiado sería confesarse musulmán. De no ser porque es cierto, esta afirmación parecería una broma cruel, especialmente en un país que se identifica como el melting pot, la nación de las mezclas raciales.

Más allá de que Estados Unidos sufra de una grave epidemia de tiroteos y leyes que hacen más fácil conseguir una ametralladora que un frasco de antibióticos, las matanzas recientes en Dallas muestran una cara más compleja y peligrosa al no tratarse de un simple desquiciado que busca la fama pública. Es muy distinta la motivación del joven que entró en un cine, disfrazado de Batman a matar espectadores, que la de los francotiradores que fueron a cobrar venganza en Dallas, matando policías blancos como respuesta a dos escandalosas muertes de hombres negros a manos de agentes blancos. Lo mismo sucede con la carnicería de Orlando, donde el objetivo fue dar un escarmiento a los gays en nombre de Alá o los asesinatos en una iglesia de Carolina del Sur, donde murió un reverendo negro y quienes le acompañaban en el altar.

Los estereotipos y las generalizaciones están carcomiendo a Estados Unidos. Cabría preguntarse si las cárceles están más llenas de negros y latinos porque en verdad son más proclives al delito o porque se les ha caracterizado como criminales en potencia. El joven negro que fue acribillado en Minnesota por un policía blanco, según lo muestra el video que sacó su novia, iba a meter la mano en la bolsa para sacar su licencia de manejo. En ese instante le disparó el policía porque, siendo negro, seguramente sacaría una pistola. Qué más. Debido a esta estigmatización racial, pasarse un semáforo para un blanco es cosa de una multa, para un negro o un latino es riesgo de vida o muerte.

Los políticos son altamente responsables de esta nueva oleada de fricciones raciales. Desde Hillary Clinton que se adorna diciendo de que los afroamericanos están en bloque con ella, como si el color de piel les hiciera adeptos automáticos a su campaña, hasta el señor Trump que ha hecho todo un programa electoral afirmando que los migrantes mexicanos son delincuentes y violadores. Con tal de ganar la presidencia, la señora Clinton exacerba las distinciones raciales, mientras que Donald criminaliza en automático al 10% de la población que es de origen mexicano. Cualquier mente débil ante este tipo de mensajes puede pensar que ahora es legítimo salir a la calle a cazar mexicanos o que los negros tienen como primera obligación en la vida ser enemigos de los blancos.

Si el mensaje que se difunde en las campañas es que la raza condiciona lo que soy, quiénes son mis adversarios y cómo habré de comportarme ante quienes sean distintos a mí, los electores norteamericanos deberían denunciar a estos dos candidatos y negarles la candidatura en las próximas convenciones de ambos partidos.

Internacionalista

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