El florecimiento de las redes sociales ha traído consigo un nuevo fenómeno “intelectual”: el populismo digital. Se trata de una nueva camada de opinadores que se dedica a replicar la posición más popularmente aceptada en la red. De alguna forma, Twitter se ha convertido en una especie de conciencia moral social, un termómetro de lo que opinan las “buenas conciencias”. El mundo de Twitter suele ser maniqueo, la urgencia de los hashtags y la brevedad de los mensajes obligan a tomar posturas radicales. A menudo el dilema se abre: ¿eres de los nuestros o de los otros? Para pertenecer al “nosotros” se tiene que ser límpido. Los “nuestros” requieren un historial perfecto en el posicionamiento de las “buenas” causas. El mundo de las redes sociales no admite titubeos: o estás con nosotros o estás en contra. Como la inteligencia y la profundidad no son asunto de mayorías, esto se traduce en un dilema ¿adaptarse al gusto de la multitud o ser linchado?

No son pocos los que han escogido adaptarse. Han rentabilizado sus opiniones y la han puesto al servicio de la moralina virtual. Su eslogan es el de los oportunistas: liderar siguiendo. Su éxito se refleja en su número de seguidores, pero también en el perfil de ellos. Las redes sociales han democratizado muchas cosas, entre ellas la ofensa; atrincherados en el frío anonimato digital, es más fácil ofender y amenazar. Por ello, al menor resquicio de disentimiento, la buena voluntad suele transformarse en ira. Esa es la gran trampa del mundo de los retwits, no hay segundas oportunidades, en el momento en que se falla -se piensa diferente-, se cae en absoluta desgracia.  El ímpetu de la red no espera pensadores valientes o profundos, exige fidelidad absoluta.

Si Descartes alguna vez declaró “pienso luego existo”, el mantra del nuevo intelectual digital suele ser el contrario: existo, luego pienso. Para existir dentro del frenético mundo del hashtag se tiene que actuar con inmediatez. No hay lugar para la reflexión, sino para la, a menudo, impulsiva emocionalidad. ¿Cómo poder construir un pensamiento cuando el hashtag se te va? Twitter privilegia una emocionalidad reactiva, pero poco razonada. Leo-siento-respondo: el espacio entre estas tres acciones queda reducido a la nada. Por ello, a menudo, el pensamiento  sigue a la existencia: una vez publicado, nos arrepentimos de lo escrito. Twitter premia la sagacidad, no la inteligencia.

Los temas políticos son un buen termómetro de esto. Los posicionamientos ante un tema suelen ir configurándose a través de las tendencias de opinión. Frente a un tema complejo, Twitter cumple su función de guía moral: ¿Qué es lo que hay que opinar? ¿Qué tanto nos dejamos influenciar por el deber ser? El papel del analista y del intelectual es el de resistir a estas inercias de estampida. Tomar un segundo de pausa, un respiro y analizar detenidamente su postura; el resultado es menos popular, pero a menudo más certero. La opinión no puede ponerse al servicio de la falsa moral. El intelectual tiene la obligación de reflexionar y cuestionar aún las nociones más populares de nuestro tiempo. No es popular decir que las mayorías suelen equivocarse, pero es algo, sin embargo, cierto.

Desconfió de las conciencias virtuales que enarbolan todas “las buenas causas” y rechazan, de manera automatizada, los insumos que vienen de aquellos que consideran los “malos”. Ciertamente nuestros medios se han inundado de “pensadores” sistémicos; pero ante el bombardeo de opiniones oficiales disfrazadas de periodismo, Twitter es una oportunidad de un pensamiento más libre; ante la prevalencia de la “crítica” oficialista, hay que anteponer la libertad, no la trivialización populista. Twitter es un gran medio de difusión, discusión y comunicación, pero no se debe confundir con una forma del pensamiento. Se puede escribir en 140 caracteres pero no se puede pensar en tan poco espacio.

Analista político

@emiliolezama

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