El que cualquier funcionario público se sirva de su posición laboral para obtener algún beneficio económico o de cualquier tipo es totalmente reprobable, además de ir contra toda ética, y debiera ser sancionado en justa proporción para acabar con la impunidad hoy reinante, y dar así por terminadas estas prácticas, de una vez por todas, en este país.

Sin embargo, que específicamente legisladores —quienes diseñan, votan y aprueban o desechan las leyes que nos rigen— sean quienes aprovechen sus prerrogativas como senadores, diputados federales, o congresistas locales para conseguir alguna ganancia —obtener una licitación, verse beneficiados en determinado sector por el diseño de leyes a modo o, como en este caso, omitir legislar algo que a todas luces la sociedad demanda—, supone un clarísimo conflicto de interés, que además podría configurar una violación a la ley.

Por ejemplo, en lo que va de la actual administración federal, más de mil millones de pesos fueron facturados al gobierno de Enrique Pena Nieto por 23 empresas de legisladores federales. La red de negocios abarca los Congresos de los estados, en los que siete empresas obtuvieron además contratos por casi 790 millones de pesos, con base en información pública que revisó este diario,

En este contexto, a lo largo de los últimos 10 años, al menos —en 2007, 2011 y 2013—, el Congreso ha frenado una reforma constitucional para impedir que, a la sombra del poder político, legisladores federales o estatales hagan negocios.

Esto no quiere decir que sea absolutamente incompatible ser legislador y empresario a la vez, desde luego. No obstante, es obvio que no se debe mezclar una actividad con la otra: utilizar la posición de legislador para tener ventajas, contratos.

Queda claro que el Congreso de la Unión y las cámaras de Diputados de los estados se sienten cómodos en la opacidad, como lo muestra el hecho de que en la plataforma ciudadana 3de3.mx, sólo publicaron su declaración de intereses uno de cada cuatro legisladores, o que sólo 3% de los Congresos estatales tienen reglas para evitar conflictos de interés de sus miembros. Algo escandaloso, ya que hablamos de un tema que ni siquiera tendría que discutirse, porque respetar las leyes debería ser, para quienes las diseñan, una cuestión de mínima congruencia.

Es reprobable que el Congreso de la Unión se oponga a tener controles que impidan y sancionen llevar a cabo negocios a la sombra de la responsabilidad de legislar. Ante esto tendría que ejercerse presión sobre este Poder federal, para obligarlo a establecer reglas claras lo antes posible.

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