Es raro que un país tenga como prioridad la cultura. México no es la excepción y la razón es muy sencilla: frente a temas básicos como salud, seguridad y economía, ¿cómo argumentar la necesidad de invertir recursos en centros de investigación dancística; maestrías en Musicología o proyectos para la creación literaria? Aun así, los Estados deben sobreponerse a esa baja popularidad de la cultura y asumir que, sin ella, el camino hacia una sociedad civilizada se vuelve sinuoso.

Ayer el presidente Enrique Peña Nieto firmó el decreto por el cual se crea la Secretaría de Cultura, luego de que esta semana el Congreso aprobara la reforma legislativa correspondiente, casi por unanimidad. Un hecho histórico porque se eleva, por fin, a rango de Secretaría de Estado un ámbito que durante décadas había estado relegado.

¿Qué se logra con el cambio? Además de una nueva denominación que brinda un sentido de prioridad, la Secretaría de Cultura concentrará en una sola institución funciones de difusión, promoción y creación cultural que antes se encontraban diluidas en varias instituciones, principalmente la SEP. Los artistas e intelectuales tenían que recurrir a varias ventanillas las cuales, encima, carecían de verdadero poder de decisión.

Todavía es muy temprano para lanzar campanas al vuelo. La puesta en marcha de la nueva secretaría ya es norma, pero para darle vida primero se requiere de una Ley General en la materia que, entre muchas otras cosas, definirá detalles de implementación que van desde capacidad de gestión, hasta la reasignación de los puestos laborales, hoy todavía existentes, dentro de varias áreas del gobierno federal y que en adelante se incorporarían a la Secretaría de Cultura.

En el pasado ha ocurrido que grandes ideas quedan atoradas por la dificultad del Legislativo de ponerse de acuerdo en normas secundarias. Peor incluso: habrá la tentación, por parte de actores políticos y también de personajes que viven de la burocracia cultural, de apropiarse de los nuevos espacios bajo criterios no profesionales. Cuando se trata de reformas, el diablo está en los detalles.

Evitar cualquiera de las dos cosas dependerá de la buena voluntad política de las fuerzas en el Congreso, desde luego, pero sobre todo de la insistencia de la comunidad artística en lograr una institución al servicio del país y no de camarillas.

Causó sorpresa el anuncio de la creación de la nueva secretaría durante el Tercer Informe de Gobierno. Los críticos dudaron de su viabilidad o del compromiso que tendría el gobierno de llevar hasta las últimas consecuencias el proyecto. El paso más importante ya se dio, ojalá los meses siguientes confirmen que hay motivo de celebración.

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