Vicente Rojo, escribió Federico Álvarez en un texto recopilado en el catálogo de la exposición retrospectiva Escrito/Pintado con que se ha lucido el MUAC, “es un hombre primordialmente interior… lo suyo es la soledad antes que la relación, la soledad de su interioridad: algo que, aunque pudiera parecer contradictorio en un pintor, le permite, como al músico, imaginar valores estéticos con los ojos cerrados”. Este retrato, de uno de los Vicente Rojo(s) que ha generoso marcado la vida de México, es preciso, siempre y cuando no se le tome como total.

El formidable catálogo que menciono incluye una fotografía del artista para acompañar su semblanza. Es la última imagen del libro, y antecede al catálogo de la exposición. La fotografía de Haroldo Dies, “Vicente Rojo en su estudio (2011)” es desconcertante: V.R. con nariz de payaso y un gorro de cartón y papel crepé, tal vez un pico de piñata. El artista se nos esconde. La foto no deja ver su recogimiento. No sabemos si está pensando como no piensa el payaso, contemplando algo en silencio. La fiesta puede estar transcurriendo pero él tiene los ojos en otro lado.

Mi primera reacción es que la fotografía es lo menos vicenterrojo imaginable. No parece distraído (y sólo en esto es precisa: este artista nunca se distrae), pero el gesto poco festivo no explica el humor vicenterrojiano; porque no hay nada payasoide en la obra de Vicente Rojo. El payaso no entabla un diálogo, si acaso hace preguntas a su público como parte de su rutina; V.R. sí planea preguntas. Si el payaso derrama una lágrima es para cumplir con un lugar común, una melancolía falsamente interior; V.R. no cumple con lugares comunes; él y su generación fueron honesto aire fresco, novedad, invención, la ambición de conquistar un nuevo mundo que no era el previsto. V.R. fue parte de esta revuelta y, cualquiera fuera el formato de su obra, siempre contuvo obligada responsabilidad; fue una cara siempre magnética de esa revuelta. No hay en ella improvisación, aunque sí libertad, imaginación y risa.

La fotografía no explica tampoco su obsesiva relación con las letras. Nos da indicios de una persona que no es nuestro artista. Es su máscara. Nos expone y nos explica su timidez, derrotándola al disfrazarse desfachatado como no lo haría un tímido. Hay otro punto: generoso, V.R. permite que lo veamos en la máscara íntima que le ha visto el ojo de otro.

Agrego una nota más sobre el catálogo: la camisa del libro se despliega, y muestra dos caras. Al extender la cara exterior aparece la reproducción de un detalle del Alfabeto Conrad de Rojo, Tifón, una aventura en el mar (2015), la pieza 78 del catálogo que en exhibición también presenta un doble juego: es horizontal, es un tifón (indescifrable), y es una indicación del camino: podemos perdernos para encontrarnos. En la otra cara, la camisa desplegada es un detalle de la primera pieza del catálogo, Artefacto (1968) — “estructura de hierro con piezas de madera esmaltada”, un “falso” librero, premonición de las muchas portadas de libros con que poblaría nuestras vidas Vicente Rojo. El pasado está escondido en el presente, y los dos, quedan visibles en la obra de V.R..

Quien no haya visto la exposición, corra a hacerlo antes de lamentarse haberse perdido los videos de sus libros de artista, la textura de los extraordinarios lienzos/cartas (mi favorita es la brillante a Walser), y las últimas salas, que envuelven al espectador en el color, la forma, incluso el sabor de las letras vicenterrojianas. Quien haya visto la exposición, también debe recurrir el catálogo. Análisis, crónica, memoria, Historia nuestra que, en el rudo presente, corre el riesgo de volverse una pila de arena. Y no es tal sino un montón de letras que vuelven a acumularse para formar alfabetos renovados. Alfabetos silenciosos y también musicales. Alfabetos que se nos escapan porque nos hablan.

Federico Álvarez escribió de otra exposición una frase que le va como anillo al dedo a ésta, porque es “acaso la más bella de sus muestras”.

*El sábado 8 de agosto, Rojo recibirá el Reconocimiento Universitario en el MUAC (Foto: ARCHIVO. EL UNIVERSAL)

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