La idea de crear otras formas de vida, aunque no sea la que conocemos como tal, debe ser muy vieja. Quizás siempre nos ha acompañado. Hace casi dos siglos (1818), Mary Shelley publicó en Londres la primera novela de ciencia ficción, Frankenstein o el moderno Prometeo. Desde entonces, se han publicado numerosas novelas, películas y cuentos cuyo tema central es el interés por el poder de la tecnología y la generación de otras formas “de vida sin vida”, como son los robots. La idea de que los androides nos suplan incomoda, aterra y emociona. Incomoda que en algunos sitios, como restaurantes u hoteles, quienes atienden son robots; aterra, aunque los drones no sean estrictamente robots, su capacidad de matar y destruir, y emociona el poder de la inteligencia humana y su capacidad de crear.

El balance entre la bienhechora tecnología y su uso inadecuado concierne a la Ética: inquieta la posibilidad de que nuestras creaciones sean al unísono el origen de nuestra destrucción (Hiroshima) o de cambios sustanciales en la humanidad. El progreso de la humanidad medido a partir de los avances científicos y tecnológicos es inmenso. El aprecio por la ética y los valores que conforman el humanismo va en retroceso.

Me gustaría saber, no lo sabré, si la lectura, si acaso se da, en treinta o cuarenta años de textos como el mío o de quienes alertan sobre los abusos de la tecnología, causarán sorpresa: ¿y por qué se preocupaban en 2017 sobre la robótica? No todo es agobio. Los robots con los que juegan los niños son bellos y los producidos con fines médicos son útiles. Los que asisten en hoteles me incomodan y los utilizados en las guerras cuestionan la neutralidad de la tecnología. Otra será la historia cuando los robots nos ordenen qué hacer o cuando la ciencia diseñe robots-parejas sexuales ad hoc: blancos, negras, ojos azules, musculosos, románticas, con voz gruesa.

Isaac Asimov, prolífico autor de obras de ciencia ficción, postuló, en 1942, tres leyes sobre los robots:

1. Un robot no hará daño a un ser humano ni permitirá, por inacción, que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los humanos, excepto si entran en conflicto con la primera ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.

Asimov, además de ser uno de los grandes escritores de ciencia ficción, era profesor de Bioquímica, es decir, tenía la posibilidad de mezclar ciencia y ficción. De ahí que sus postulados siguen siendo útiles.

En la actualidad, la mayoría de los robots trabajan en fábricas y más de la mitad hacen automóviles o son utilizados en la elaboración de comidas. También figuran en labores espaciales, quirúrgicas, en investigaciones en laboratorio, como camaristas o recepcionistas, en la búsqueda de personas y de minas terrestres, o como acompañantes para ancianos.

Mientras que los androides sólo actúen siguiendo órdenes humanas (casi) no hay problema. El (casi) se refiere a los drones, cuya capacidad de aniquilar no siempre da en el blanco deseado, de por sí cuestionable, así como el de los coches que no requieren conductor y que pueden tener accidentes (por lo menos se ha reportado un accidente mortal).

Embrollo aparte, vinculado con cuestiones éticas, es la diferencia de costos: los robots, amén de no aburrirse y no cansarse, son más baratos que los seres humanos. Lo mismo sucede con el aumento en el número de máquinas que cobran en los estacionamientos, en las compañías de teléfonos, etcétera. ¿Será benéfico automatizar cada vez más las actividades humanas? Cavilemos: se calcula que para 2030, 30% de los trabajos en el Reino Unidos estarán automatizados.

El imparable avance de la ciencia no garantiza que en el futuro los robots, además de incrementar el desempleo y matar a seres inocentes, burlen las leyes de Asimov, se transformen en Frankensteins reales, y dirijan nuestro futuro y nuestros sentimientos. Asimov, y Mary Shelley, quedarían pasmados con la robótica contemporánea. Así como ellos se sorprenderían al ver el mundo de los robots, no es imposible que en tres o cuatro décadas algunos robots rebeldes desoigan los principios de Asimov y moldeen nuestras vidas, no sólo en la esfera laboral, sino en la sentimental.

Notas insomnes. A pesar de la automatización y la pérdida de empleos, y el miedo que en el futuro los robots ordenen nuestras vidas, muchas voces favorecen la generación de androides, pero, y ¿qué tal si los robots son elaborados en una de las fábricas de Trump o de sus hijos?

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