Frente a la inminencia de la muerte, propia, o la de un ser querido, la cuestión es si existe o no un deber de vivir. Resalto con itálicas deber: en esa idea (obligación) radica la mayor parte de los acuerdos y discrepancias en torno a la eutanasia. Si bien, para algunos, existe una obligación cobijada por principios religiosos y jurídicos que subrayan el deber de vivir, la sociedad ajena a la moral religiosa y harta de los dobles raseros jurídicos, clama por un derecho, que permita morir. Deber como dictum ajeno a la voluntad de la persona. Deber, como sostenía Tomás de Aquino, quien afirmaba que el ser humano tiene la obligación de no terminar con su vida porque el acto significa pecar contra Dios. Permitir como extensión de la autonomía, de la razón de la voluntad y del libre albedrío. Inauguro el año compartiendo tres noticias de 2016 pertinentes a la eutanasia.

En octubre 2016, Franz van der Heijden (78 años), diputado democristiano holandés se suicidó tras la muerte por eutanasia de Gonnie (76 años), su esposa. Ambos padecían enfermedades incurables y llevaban juntos 53 años. De acuerdo a la información, Franz no llenaba los requisitos necesarios para la aplicación de la eutanasia. Resalto dos ideas tomadas de la carta de despedida: “el debate sobre la decisión de poner fin a la propia vida sigue dominado por la pregunta sobre si pueden acabar con su ciclo vital quienes lo consideran completo…”; sin embargo, “más obvio es preguntarse si los que sienten que su vida concluirá con gran dolor, y serán una carga, pueden terminar cuando todavía no sufren tanto, ni son un peso para ellos mismos y para los demás”. De las noticias, de las voces del matrimonio Van der Heijden, desprendo el siguiente corolario: son cada vez más las personas no religiosas cuya autonomía en temas como el derecho a morir choca contra quienes, desde la religión y/o la política, buscan imponer sus reglas.

En 2016, en Holanda, primer país en legalizar la eutanasia (2002), se inició un debate que sin duda será ríspido y largo. El gobierno plantea ayudar a morir a mayores con “cansancio vital”. La propuesta es compleja. De aprobarse, se aplicaría en personas que consideran que han finalizado su ciclo vital, cansadas de vivir, sin esperanza. De acuerdo a la idea, el suicidio asistido se ejercería en personas sin enfermedades terminales ni víctimas de sufrimientos físicos insoportables. “No hay salida”, contempla la propuesta firmada por los ministerios de Sanidad y Justicia, “para los que ya no deseen vivir porque estiman completo su ciclo. Han perdido a sus seres queridos y a sus amigos, y caen en la apatía y el cansancio vitales”.

La iniciativa contempla la creación de una nueva disciplina dedicada exclusivamente a este tipo de ayuda; los interesados obtendrían formación en Medicina, Psicología y Enfermería. De las noticias, y de la experiencia emanada en algunos países, desprendo el siguiente corolario: de aprobarse la ley, se evitarían intentos de suicidio que muchas veces fracasan y conllevan enormes dolores para la persona y sus allegados; asimismo, se abren puertas para personas con problemas psiquiátricos o demencias.

En Bélgica, en septiembre 2016, se aplicó por primera vez la eutanasia en una persona menor de edad (no se reveló el sexo). La legislación belga, a diferencia de la holandesa, donde también se permite la eutanasia en menores de edad, exige que el solicitante sea capaz de decidir y entender el proceso. La solicitud debe ser estudiada por un equipo de médicos y un psiquiatra, y debe contar con la aprobación de los padres. La ley belga estipula que el enfermo debe encontrarse en una “situación médica desesperada de sufrimiento constante e insoportable, que no pueda aliviarse y que causará la muerte en poco tiempo”.

La ley belga ha sido muy estricta: desde su aprobación en 2014, ésta es la primera vez que se aplica la eutanasia a un menor de edad. Tercer corolario: quienes saben si es o no lícito ayudar a morir a menores de edad “muy enfermos” y sin esperanza son sus padres. A ellos es a quienes debe preguntarse.

Tres noticias. Tres escenarios. Tres preguntas. Tres corolarios. Entre deber y permitir, andado el siglo XXI, quien debe decidir acerca de su vida y su muerte es el afectado.

Notas insomnes. El estribillo, “el derecho a la vida es el derecho humano más importante”, debe replantearse: el derecho a morir es tan crítico y trascendente como el derecho a la vida.

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