En enero de 2017, la estatua de Lionel Messi en Buenos Aires fue destrozada. Pocos rivalizan con su popularidad. Mr. Trump, Obama y Putin son figuras un tanto más socorridas que el astro argentino. Junto a las camisetas de futbol con el nombre de Messi, y en ocasiones con su estampa, compiten las playeras con los rostros de iconos tan venerados y cruciales como Los Beatles y el Che Guevara. Lamentablemente, ni en el mundo de ayer, ni en el de hoy, salvo, quizás, por Gabriel García Márquez, no hay figuras en el panorama cultural cuyas imágenes y difusión se acerquen a la del gran futbolista. La cuestión, derribar la estatua en el paseo bonaerense, aunque las sinrazones sean sinrazones, invita a la reflexión. Messi, debería agregarlo al lado de su currículo de goles anotados, comparte historia: su efigie destrozada no es la primera ni será la última en la historia de la humanidad.

En Ucrania, en 2015, la estatua de Lenin, uno de los fundadores de la Unión Soviética, fue derribada mediante una grúa. El acto fue transmitido en directo por la televisión local. El suceso fue aclamado por miles de asistentes. En 2016, en Barcelona, la estatua decapitada de Franco fue destruida por tres personas. Antes le habían aventado huevos, colocado una cabeza de cerdo y una muñeca hinchable. En Venezuela, los chavistas siguen inmersos en un culto eterno hacia Hugo Chávez. Chávez debe ser una de las personas a las que más estatuas le han erigido post mortem. En 2014, en Tachira, su estatua fue degollada; en 2015, su busto fue destruido en el estado Guárico; y en Yarucay, otra fue quemada. En 2011, mientras Muamar Gadafi estaba escondido, los rebeldes decapitaron una de sus estatuas en el complejo de Bab al Aziziya. En 2007, en Boca del Río, Veracruz, la estatua de Vicente Fox, antes de ser develada, fue derribada y la mano derecha, con la V de la victoria, mutilada. La lista es larga. Suficientes los ejemplos expuestos.

A la escultura de La Pulga en el paseo de la Gloria de la Costanera Sur le tumbaron el torso, los brazos y la cabeza. La estatua se inauguró en junio de 2016; duró en su pedestal siete meses. En junio, Messi erró un penalti y los argentinos perdieron su tercera final consecutiva en una Copa de América. El affaire Messi, digno de un pequeño relato, retrata la división de los argentinos en torno al gran goleador. Algunos lo deifican; otros lo detestan por haber renunciado a la selección de su país después de fallar el penalti.

El mundo está plagado de estatuas. La avenida Reforma del otrora Distrito Federal es una muestra. Diversos próceres mexicanos atestiguan la marcha de la Ciudad y del país. Seguramente lloran y se retuercen en sus tumbas. En la inmensa mayoría de las grandes urbes abundan estatuas, efigies, monumentos, calles y centros con los nombres de figuras dignas de ser inmortalizadas.

En México hay 6 parques con el nombre Luis Donaldo Colosio, “muchos” mercados, escuelas primarias y secundarias, jardines de niños e incluso centros universitarios. De acuerdo a Animal Político (marzo 23, 2011), en el Distrito Federal 119 calles llevan su nombre, 19 en Guadalajara y 42 en Monterrey. No huelga decirlo: a Colosio lo asesinaron, ¿quién?: el gobierno lo sabe.

La necesidad humana de contar con figuras de referencia es inmensa. Las estatuas y monumentos perpetúan vidas y obras. Su destrucción refleja encono, desaprobación. Aunque nunca sucederá sería magnífico, antes de erigir alguna, o antes de colocar calles con nombres, recabar la opinión de la sociedad. Muchas estatuas son construidas en vida del merecedor, vía cemento, bronce u otros elementos; de esa forma, la inmortalidad, aunque sea inmoral, queda garantizada. Quienes toman esa decisión suelen ser esbirros o aliados del inmortalizado. Con el tiempo, el pueblo, y en ocasiones el gobierno, suelen diferir y deciden llevar a cabo, en el caso de los primeros, su justicia: decapitar. Algunos gobiernos buscan enmendar los latrocinios de los previos: en España, en 2016, la Ley de Memoria histórica obligó a los ayuntamientos a retirar símbolos franquistas y les dio potestad para cambiar el nombre de las calles que tuvieran nombres franquistas.

Siempre la humanidad ha necesitado figuras emblemáticas. Cuando se auto erigen, o cuando el beneficiado ha resultado un truhán, muchas son destrozadas. Entre Messi y Lenin, la distancia no es infinita. Es tan corta o tan larga como la opinión humana.

Notas insomnes. Del gobierno actual, o de los tres o cuatro previos, ¿de quién deberíamos erigir una estatua? —o al menos una callecita, aunque sea de una cuadra.

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