Chicago, Illinois.— Todo gobierno tiene como prioridad la generación de fuentes de empleo para sus ciudadanos. Con esta premisa, el presidente Donald Trump prometió el resurgimiento de la industria del carbón que generar electricidad. Hace unos días reafirmó su compromiso apoyando “el carbón limpio, carbón realmente limpio.”

Quemar carbón no tiene nada de ecológico. Aún en el caso en el que las empresas que operan plantas condensen sus nocivas emisiones y las entierren en el subsuelo, éstas algún día saldrán a la atmósfera y acelerarán el efecto invernadero.

Si a Trump le interesa que sus gobernados tengan buenos empleos debería enfocarse en impulsar las fuentes renovables de energía. Estados Unidos ya casi emplea a un millón de personas en estas industrias.

El carbón con fines energéticos pasó en las últimas décadas de 250 mil a sólo 50 mil empleos en la actualidad. En contraste, los 300 mil trabajadores que engrosan la industria solar —y creciendo— representan más empleos que los que ofrece la extracción de petróleo, gas natural y carbón combinados.

Un estudio realizado por el Laboratorio Nacional de Energías Renovables determinó que con base en la tecnología ya disponible, Estados Unidos podría cubrir el 80 por ciento de sus necesidades energéticas con fuentes renovables para el año 2050. Una propuesta atrevida que implica millones de potenciales nuevos empleos.

Lamentablemente, el presidente se empeña en liderar desde la retaguardia con su terquedad al imponer estímulos a una industria que fue vanguardia en el siglo XIX, pero que es totalmente inadecuada para las necesidades del XXI.

Tradicionalmente, la flexibilidad económica y la estabilidad política de Estados Unidos han permitido que esta nación sea la meca de la innovación. Hoy esa premisa ha muerto con las políticas trumpistas. En materia energética, el mundo se mueve bajo el sentido común y una noción racional de la economía. Por ejemplo, la Agencia Internacional de Energía reportó que en 2015 las fuentes renovables superaron por primera vez a la quema de carbón en la generación de electricidad a nivel global.

No sólo países pioneros en la generación solar como Alemania, o las turbinas de viento en los países escandinavos han avanzado. En nuestro vecindario, Chile aspira a convertirse en la Arabia Saudita de la generación solar —según reporte de The Washington Post. En lugar de sentarse a llorar su carencia de gas y petróleo, Chile incentiva la inversión para resolver su dilema energético con imponentes plantas solares en el desierto de Atacama. De hecho, el país sudamericano puede alcanzar la independencia en generación eléctrica colocando paneles solares en el 4% del área ocupada de esa zona remota ideal para recibir la radiación solar.

Es claro que las fuentes renovables están transformando los mercados internacionales de generación de energía. Las tendencias globales apuntan a que una mayor participación de estas opciones sean el futuro que ofrecerán empleos bien pagados y, simultáneamente, un medio ambiente más sano.

Trump habla de su apoyo al carbón como lo hace del comercio internacional, con discursos populistas enfocados en conquistar una audiencia particular. El grave peligro es que pase de la retórica a la imposición de políticas destinadas al fracaso.

Hay pocas oportunidades en que la conveniencia laboral, económica y ambiental confluyen en una opción clara, la mejor opción: continuar la expansión de la generación energética a través de fuentes renovables.

Los gobiernos con sentido común y visión seguirán este camino. Si Trump no rectifica, Estados Unidos pasará de ser el ejemplo brillante de libertad e innovación mundial para convertirse en el trasero del mundo —siempre en la retaguardia.

Periodista

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