Donald Trump nunca será presidente de Estados Unidos.  Y es muy poco probable que sea el candidato republicano.  Ese no es el problema.   En este momento las grandes preguntas para los republicanos son: cómo minimizar el daño que Trump le está haciendo a su partido ante el electorado y cómo evitar que decida lanzarse como candidato independiente.

Durante el primer debate entre los diez candidatos republicanos mejor calificados en las encuestas, vimos lo difícil que resulta enfrentar el estilo violento e impredecible de Trump.  Él insulta sin medirse, grita a los cuatro vientos que el país está en llamas, pero nunca explica qué haría como presidente para enderezar el camino… más allá de construir un muro en la frontera con México.  Tiene cero sustancia.  Según él, los estadounidenses deberían confiar ciegamente en él porque es rico, y por lo tanto, un “ganador”.  En realidad, Trump es la personificación de una minoría antiintelectual, xenofóbica y misógina, conformada mayoritariamente por hombres blancos de la tercera edad. Afortunadamente, si analizamos las tendencias demográficas que muestran la creciente influencia de los hispanos y asiáticos en EU, queda claro que Trump representa una especie en vías de extinción, y él mismo lo sabe, lo cual se refleja en la agresividad de su discurso.

Fox News —la cadena de televisión conservadora que fungió como anfitriona del debate en Ohio— mostró seriedad periodística al hacer preguntas sobre temas espinosos y cuestionar las debilidades de cada aspirante a la presidencia.  Al abrir el debate se le preguntó a todos los candidatos si estarían dispuestos a comprometerse a no lanzarse como independientes y el único que se rehusó a hacerlo fue Trump, lo cual generó abucheos del público republicano. Abiertamente y sin pelos en la lengua, Trump amenazó a los republicanos, y les dijo que si él no es el candidato, no apoyará a quien gane la nominación. Este sería el peor escenario para los republicanos ya que las elecciones presidenciales en EU siempre son cerradas, y la presencia de un independiente conservador en la contienda le entregaría la elección a Hillary Clinton, la candidata que muy probablemente representará al Partido Demócrata.

Algunos recordarán que Bill Clinton ganó la elección presidencial de 1992 en gran medida gracias a la candidatura de Ross Perot, un hombre de negocios que advirtió que como consecuencia del Tratado de Libre Comercio de América de Norte Estados Unidos perdería empleo de manera masiva (“the giant sucking sound”).  La base de apoyo de Perot era muy similar al perfil de quienes apoyan a Trump hoy en día:  gente mayor, blanca, que desconfía del gobierno y que considera que el país está en crisis.  Clinton ganó su primera elección presidencial con 43% del voto, mientras que George H. W. Bush recibió 37% y Perot un impresionante 19%.  El resultado de la elección bien podría haber sido diferente sin la participación de Perot.

Sin duda, Trump no tendría tanta fuerza si el Partido Republicano tuviera candidatos más atractivos.  Hoy en día hay 17 candidatos, pero pocos de ellos tienen la capacidad de atraer a un electorado amplio y retomar la Casa Blanca.  Jeb Bush —hijo de Bush papá y hermano de George W.— es el único que parece ser lo suficientemente moderado y razonable, y tiene la ventaja de que no ha tomado una postura agresiva en contra de los inmigrantes, como casi todos los demás, lo cual le ayudará ante los hispanos.  Sin embargo, tampoco es un candidato ideal.  Lleva ocho años fuera de la vida pública, después de haber sido gobernador de Florida, y el jueves pasado se notó incómodo y nervioso bajo los reflectores.

El discurso de Trump no ha ayudado a suavizar posturas dentro del Partido Republicano con respecto a México y los temas migratorios, y ha forzado a otros candidatos a apoyar también la idea de construir un muro fronterizo. La falta de apoyo de los republicanos a una reforma migratoria sin duda los perjudicará en la elección general debido a la importancia del voto latino.

Si los republicanos están sudando la gota gorda, los demócratas tampoco están durmiendo tranquilos.  Hillary Clinton por lo pronto no enfrenta ningún contrincante interno de peso —el vicepresidente Biden todavía no decide si va a competir— pero Bernie Sanders, el senador independiente de Vermont ha logrado generar entusiasmo dentro del ala más liberal del partido, cuyos integrantes, al igual que los ultra conservadores, están hartos del “business as usual” que impera en Washington.

Todavía faltan quince meses para la elección general y Trump no cederá fácilmente, sobre todo si su estilo escandaloso sigue manteniéndolo en los primeros lugares de las encuestas republicanas.  Sin embargo, al final de cuentas el pragmatismo tendrá más fuerza que la bilis.  Este primer debate fortaleció a Bush como una opción viable, y si tuviera que hacer una apuesta el día de hoy, diría que la contienda de 2016 será nuevamente entre las dinastías políticas de Clinton y Bush.

Directora de McLarty Associates

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